lunes, 14 de marzo de 2011

Del analfabetismo y la sabiduría en política*


DEJÓ dicho Bertolt Brecht (1898-1956) que “el peor analfabeto es el analfabeto político. El que no ve, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. El que no sabe que el costo de la vida, el precio de las garbanzas, del pescado, la harina, del alquiler o de sus medicamentos, dependen de las decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece e hincha el pecho diciendo que odia la política. No sabe, el imbécil, que de su ignorancia nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de los bandidos que es el político corrupto y el lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”...



Estos conceptos de uno de los más grandes dramaturgos y poetas alemanes nos hacen recapacitar sobre un mal endémico que padecen algunas personas: la indiferencia ante una realidad sociopolítica acerca de la cual debería tenerse una mirada más atenta.


Muchos jóvenes, y quizá también muchos adultos, se enorgullecen de esa condición de “apolíticos”. No se trata de quienes no aceptan determinadas posiciones políticas porque, después de reflexionar, tienen una distinta, sino de los que -por incomprensión o escepticismo- se niegan a tomar una actitud política y permanecen, cómodamente, al margen de los problemas. Algunas veces quienes asumen esa postura manifiestan que no tienen definición política. Pasan por alto que desentenderse de los problemas es también una actitud política; quizá la peor, porque deja la solución de los mismos a la voluntad ajena. Esto resulta tanto más claro en un tiempo en que una de cuyas características más importantes es la globalización y muchos problemas nos afectan a todos.


En 1932 se estrenó una de las mejores obras de Brecht: Madre coraje. Tres años después, el nazismo lo privó de la nacionalidad alemana y ordenó la quema de sus libros. Brecht debió asilarse en Zurcí, Suiza. Pasó luego a Finlandia, en 1940, y a Estados Unidos en 1941. Durante su estadía en esos países escribió varias de sus obras maestras, que no se estrenaron hasta algunos años después. En 1947 realizó una breve estadía en Suiza y en 1948 pasó a Berlín Este, donde fundó, en 1949, junto a HeleneWeigel, su esposa e intérprete de sus obras, la famosa compañía Berliner-Ensemble. En la última etapa de su vida se consagró a la dirección de la Berliner y a la adaptación de obras de autores clásicos: Shakespeare y Moliére, entre otros.


Sigmund Freud, cuya obra también fue condenada a la hoguera, comentó: “Menos mal que queman mis libros; en la Edad Media me habrían quemado a mí”. Marx, Mann, Ludwig y varios centenares de autores más, fueron condenados a las hogueras encendidas por el fascismo y el nazismo.


El hecho no dejó impasible a Brecht, que escribió que cuando se ordenó quemar a los libros con sabiduría peligrosa y carretas con obras fueron hacia las hogueras “con bueyes forzados a hacerlo”, uno de los poetas perseguidos, al revisar, con gran estudio, la lista de las condenadas al fuego quedó estupefacto porque su obra había sido olvidada. Fue entonces volando “en alas de la ira” hasta su escritorio y escribió una carta a las autoridades reclamando: “Quémenme, no me hagan esto a mí. ¿No he dicho siempre la verdad en mis libros? ¿Y ahora me tratan ustedes como si fuera un mentiroso? Yo les ordeno: ¡quémenme!”.


Se ha dicho que Brecht, además de una profusa obra, dejó un legado que puede sintetizarse en el siguiente trozo de “Las historias del señor Kremer”:


“En tiempos oscuros llegó un agente de los gobernantes a casa de un hombre que había aprendido a decir no. El agente reclamó como suyas la casa y la comida del hombre y le planteó: ¿me servirás de criado? El hombre lo acostó en la cama, lo cubrió con una manta, lo vigiló durante el sueño y le obedeció durante siete años. Jamás dijo una palabra. Una vez que pasaron los siete años, el agente, que había engordado a fuerza de comer, dormir y dar órdenes, murió. El hombre lo envolvió en la manta raída, lo arrojó fuera de la casa, limpió la cama, pintó las paredes, suspiró de alivio y respondió: ‘NO’.


Tengamos el coraje de saber decir NO”.

*Guillermo Chifflet

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