Dejemos de pensar qué queremos conseguir o cambiar, y pasemos a pensar por un momento qué es lo que hemos conseguido para no decaer, para despuntar nuestro orgullo. Desde que comenzó el movimiento 15M los logros alcanzados no han dejado de crecer, crecer y crecer como esa pequeña bola de nieve que, de forma temeraria y sin mucho convencimiento dejas caer, y poco a poco se convierte en inmensa.
El primero y más importante logro es el de haber sido capaz de despertar del sueño de la indiferencia para hablar entre nosotros/as de lo que nos inquieta, diezmando nuestro propio tiempo para salir a las plazas a dialogar, a compartir, a escuchar y ser escuchados/as. Hemos conseguido despertar para remplazar la lógica de la desgana, del abandono, que es necesariamente común y compartido, por la lógica de la preocupación.
Vivíamos en un silencio que estaba ocupado por unas voces mudas ahogadas por el conformismo que crea la errónea idea de que otro mundo no es posible. Pero entre todos/as hemos conseguido romper el silencio con la palabra, pero con una palabra que construye una reflexión interior y un espacio participativo. Ahora las calles, las plazas bullen de voces que aclaman un cambio, voces que proponen dignas soluciones, voces ilusionadas que están creando un nuevo futuro mientras movemos el mundo.
Hemos aprendido a apoyarnos, a ofrecer nuestro hombro, a trabajar juntos/as, a vencer el miedo. Hemos sido capaces de organizarnos sin líderes que acaparen el espacio y opriman nuestras inquietudes para resaltar las suyas, en una estructura de trabajo sin edades ni sexos bajo el paraguas de la horizontalidad. Hemos aprendido a dar y recibir, a decir y a escuchar con atención, respeto y orden mientras nos deslizamos por un camino pedregoso, pues en él se dan encuentros y desencuentros, consensos y disensos.
Hemos aprendido que se puede construir un mundo compartido, y a comprometernos frente a los problemas de todos/as, o de solo unos/as poco/as. Hemos conseguido tanto entre tantas personas, mucho entre muchas, pero lo más importante, es que hemos conseguido pasar de la indignación, a la ilusión.
Gracias a objetivos comunes y compartidos hemos sido capaces de extraer de la indignación un sentido de lucha sin violencia. Poco a poco, paso a paso, estamos dando un golpe de timón a nuestras vidas y a un sistema ocioso y cínico que se desprende de lo humano, de toda ética, de cualquier ámbito que no sea la opresión económico-financiera sobre los pueblos para fortalecer la “dictadura de los mercados”. Si seguimos luchando con este entusiasmo contagioso que se alimenta de una conciencia reflexiva y crítica, no habrá muros de hormigón recubiertos de hipocresía que nos paren, que impidan que alcancemos un mundo más igualitario y justo, donde el individualismo dé paso a la solidaridad colectiva. Pero a todos/as nos tiene que quedar claro, si no queremos ser víctimas de la desidia en esta andadura, que, en toda lucha, como en la vida, no hay camino sin sombra ni logro sin incertidumbre.
El primero y más importante logro es el de haber sido capaz de despertar del sueño de la indiferencia para hablar entre nosotros/as de lo que nos inquieta, diezmando nuestro propio tiempo para salir a las plazas a dialogar, a compartir, a escuchar y ser escuchados/as. Hemos conseguido despertar para remplazar la lógica de la desgana, del abandono, que es necesariamente común y compartido, por la lógica de la preocupación.
Vivíamos en un silencio que estaba ocupado por unas voces mudas ahogadas por el conformismo que crea la errónea idea de que otro mundo no es posible. Pero entre todos/as hemos conseguido romper el silencio con la palabra, pero con una palabra que construye una reflexión interior y un espacio participativo. Ahora las calles, las plazas bullen de voces que aclaman un cambio, voces que proponen dignas soluciones, voces ilusionadas que están creando un nuevo futuro mientras movemos el mundo.
Hemos aprendido a apoyarnos, a ofrecer nuestro hombro, a trabajar juntos/as, a vencer el miedo. Hemos sido capaces de organizarnos sin líderes que acaparen el espacio y opriman nuestras inquietudes para resaltar las suyas, en una estructura de trabajo sin edades ni sexos bajo el paraguas de la horizontalidad. Hemos aprendido a dar y recibir, a decir y a escuchar con atención, respeto y orden mientras nos deslizamos por un camino pedregoso, pues en él se dan encuentros y desencuentros, consensos y disensos.
Hemos aprendido que se puede construir un mundo compartido, y a comprometernos frente a los problemas de todos/as, o de solo unos/as poco/as. Hemos conseguido tanto entre tantas personas, mucho entre muchas, pero lo más importante, es que hemos conseguido pasar de la indignación, a la ilusión.
Gracias a objetivos comunes y compartidos hemos sido capaces de extraer de la indignación un sentido de lucha sin violencia. Poco a poco, paso a paso, estamos dando un golpe de timón a nuestras vidas y a un sistema ocioso y cínico que se desprende de lo humano, de toda ética, de cualquier ámbito que no sea la opresión económico-financiera sobre los pueblos para fortalecer la “dictadura de los mercados”. Si seguimos luchando con este entusiasmo contagioso que se alimenta de una conciencia reflexiva y crítica, no habrá muros de hormigón recubiertos de hipocresía que nos paren, que impidan que alcancemos un mundo más igualitario y justo, donde el individualismo dé paso a la solidaridad colectiva. Pero a todos/as nos tiene que quedar claro, si no queremos ser víctimas de la desidia en esta andadura, que, en toda lucha, como en la vida, no hay camino sin sombra ni logro sin incertidumbre.
*Samuel Parra Gil
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