lunes, 7 de noviembre de 2011

Los y las jóvenes saharauis, a un año de Gdeim Izic*

Para Galia, Laila, Ismael, Mariem y Ahmed


LOS jóvenes, y en particular las jóvenes saharauis son de lo que ya no hay, en este mundo en que la globalización del capital está arrasando con la identidad, la solidaridad y la conciencia colectiva, es en verdad emocionante encontrarse con chicos menores de 25 años capaces de, sin dejar de estudiar y trabajar, dedicar tiempo y esfuerzo a la reproducción de su cultura y a la militancia activa en la causa de la libertad de su pueblo, entendiéndola además como parte de la lucha de los demás pueblos del mundo...



Estas chicas y chicos de mirada transparente y lúcida, añoran y sufren por su tierra arrebatada por el tirano marroqui, una tierra que ni siquiera han podido pisar porque son hijos del destierro, porque sus padres y madres tuvieron que cruzar el desierto hacia Tinduf huyendo del napalm y los tanques marroquís cuando la supuestamente “pacifica” Marcha Verde. Pero a pesar de nunca haber estado en ella, la conocen, sueñan y sienten más suya que nadie. Estos chicos y chicas que han logrado con sus palabras y acciones que esta sociedad adormecida por el tedio del consumo, se fije y sensibilice con su pueblo, son hermanos de otros jóvenes igual que ellos, saharauis igual que ellos que allá en los territorios ocupados, a pesar de la campaña de aculturación emprendida por la tiranía, a pesar de las constantes agresiones de los colonos marroquís, a pesar de las masacres y violaciones de los derechos humanos, siguen persistiendo en su lucha y su arraigo en la identidad de su pueblo que no es otro que el Sahara Occidental.

Porque fueron los jóvenes y las jóvenes saharauis quienes montaron la que probablemente sea,desde la lucha por la independencia de la India, la acción de resistencia no violenta más hermosa y digna de la historia humana, porque es difícil de imaginar, pero realmente sucedió que la mayor parte de la población de El Aaiun, capital del Sahara ocupado, un día salió de sus casas y se instaló en un mar de jaimas en el desierto , exigiendo que dejen de pisotear sus derechos. Y es difícil de imaginar pero digno de recordar a esas más de 60.000 personas capaces de resistir meses enteros de acampada en medio de la nada, rodeados de arena y militares marroquís como fue Gdeim Izic, el campamento de la dignidad.

Y también fue increíble la red de solidaridad y apoyo de los saharauis fuera de los territorios ocupados, que logró rebasar el muro de silencio impuesto por el régimen y sus socios obligando a los medios de comunicación (incluidos los del poder) a fijar los ojos en este pueblo que con porfiada dignidad, es capaz de lo imposible. Y en medio de esta gran movilización colectiva, el rol de organización, difusión y soporte de la misma tuvo en los y las jóvenes saharauis a sus mayores y más entusiastas activistas.

Por eso cuando el gobierno marroquí desalojó el campamento a sangre y fuego, asesinando y torturando, para después perseguir y encarcelar hasta imponer su ley que no es otra que la violencia del más fuerte, fue doloroso y repugnante el silencio cómplice de los gobiernos europeos y norteamericano, que se las dan de grandes demócratas, pero permitieron y permiten que a este pueblo digno se lo torture, se le desaparezcan activistas de derechos humanos y se prive a gran parte de su juventud del derecho mínimo de conocer su propia tierra.

Lo peor de todo esto es que, después de Gdeim Izic; ¿que más les queda por hacer estos chicos y chicas de mirada transparente encendida en fuego rebelde?, ¿ En los márgenes de la resistencia no violenta, qué más pude hacer el pueblo saharaui?. La desesperación y la impaciencia comienzan a llenarles el alma al ver como el mundo asiste cómplice y en silencio al genocidio de su pueblo, y es cada vez más recurrente, tanto en los campamentos de refugiados, como en el Sahara ocupado o en las diferentes ciudades del mundo donde viven jóvenes saharauis, el clamor de volver a las armas.

Y si lo hicieran…¿alguien podría reprochárselos?, ¿Tendrían derecho a decirles algo aquellos que un día dijeron que cuando fueran gobierno el Sahara sería libre y hoy comparten banquetes con Mohamed VI? ¿Tendría derecho a juzgarlos el estado francés, o el español, o el norteamericano que permitieron en silencio y bajo el “a nosotros no nos consta” que se desmantele Gdeim Izic sembrando muerte y destrucción? ¿Quién se anima a convencer a estos chicos y chicas, de que deben envejecer como hicieron sus padres sin poder pisar jamás su propia tierra? ¿Los supuestos pacifistas que aplaudieron la invasión imperialista a Libia, se atreverán a lanzarles la primera piedra?

Yo no lo sé, pero el otro día mientras viajaba en guagua con un grupo de chicos y chicas saharauis que viven aquí en Canarias, después de grabar un programa en la radio, mientras reía al escucharlos bromear en un dialecto extraño, que mezclaba deliciosamente el idioma hassani con un español lleno de canarismos, el alma se me nublo ante la posibilidad imaginada de que estos chicos y chicas de mirada franca y transparente, de dulzura en la voz y ternura en la conciencia, pacíficos y nobles hasta decir basta, tuvieran que dejar las universidades y trabajos para tener que echar y recibir plomo en el desierto. Entonces pensé que orillarlos como se los está orillando hacia la muerte, es algo que como seres humanos no nos podemos permitir, pero que si finalmente pasa, será responsabilidad fundamentalmente de la dictadura marroquí como es obvio, pero también de la complicidad de los gobiernos europeos y norteamericano que priorizan el expolio de las riquezas del Sahara ante la vida humana; pero inclusive me atrevería a decir, que será también responsabilidad nuestra por no habernos implicado lo bastante en el apoyo a la causa del pueblo saharaui, porque a un año justos del Gdeim Izic, nos toca seguir jugándonos por el destino de un pueblo que, en su lucha por la libertad está dándonos una lección de humanidad inapreciable, o finalmente porque como dijo alguna vez ese señor hindú flaco y pequeño enfundado en un sari cubierto de sabiduría, “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.

*René Behoteguy Chávez (miembro de Intersindical Canaria)

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