Soy de una echadura –la de los canarios nacidos entre el 40 y el 50 del pasado siglo- a la que nos tocó vivir la juventud durante los años de plomo del caciquismo criollo y el nacionalcatolicismo hispano. Aquel mundo asfixiante en que vivían inmersos nuestros padres -mundo sin ideas y con ideales escondidos con los libros enterrados en latas a salvo de los perros uniformados de gris y de las negras sotanas guardianes de un régimen castrador- traspasaba muy poco nuestra pelleja de niños que teníamos a la calle y la Vega como gran campo de juego, fuera el trompo, los boliches, el robo de las primeras brevas icariñas que crecían en las pericosas de las higueras o las guirreas de piedras entre barrios vecinos según se terciara, y que asistíamos a todas las misas dominicales en perfecta formación con el maestro al frente. Ya pibes del instituto lagunero empezamos a tomar conciencia de que aquello no marchaba. Algunos mayores empezaban a hablar. Las guaguas de la “Eclusiva” subieron los precios. Vimos –y participamos- en las primeras huelgas y las primeras quemas de las guaguas encarnadas y blancas de los Orama. Algunos libros salieron, mohosos y descoloridos, de los escondites en que hibernaban desde el fatídico 36 y otros empezaron a circular bajo los mostradores de algunos libreros. Con todo ello se rompió la inocencia y comenzaron las clandestinidades...
La Universidad fue un hervidero en que se templaron conciencias y se superaron miedos con un casi nulo apoyo del profesorado embirretado, hasta que la grey del fascio, ya sin caudillo, se travistió en monarquía y se destiñó el azul de las camisas. La lucha continuó con su reguero de asesinatos aún impunes como los de Antonio Glez. Ramos,Bartolomé García Lorenzo o Javier Fdez. Quesada, pero el miedo se había superado. Partidos y Sindicatos salieron a la luz a caballo entre la legalidad y la represión. El Colegio de Licenciados y Doctores lagunero acogió las luchas y movilizaciones de un profesorado, mayoritariamente interino y muy activo, amparado por una Junta Directiva en la que tuve el privilegio de participar junto a socialistas activos como Melquiades Álvarez o Alfredo Mederos. Allí y en el Salón de Actos de la entonces Escuela de Magisterio se gestaron las grandes manifestaciones que, con la oposición frontal a unas oposiciones injustas que primaban al foráneo, originaron opciones sindicales como el STEC, nacido en y para la lucha.
Llegaron las decepciones. Los Partidos perdieron el norte de sus aspiraciones. Del OTAN NO se pasó a la actuación militar en Bosnia, en Irak y en Afganistán. De la defensa del Derecho a la Autodeterminación se pasó a la Ley de Partidos que criminalizan ideas y los Sindicatos mayoritarios se burocratizaron y adocenaron. Anticolonialistas combativos devinieron en nacionaleros aticos coalicionados y un supuestamente triunfante capitalismo canonizó a Fujiyama, su Fin de la Historia y la desaparición de las clases, mientras la ciudadanía de esta sufrida colonia canaria, con un paro y un empobrecimiento digno de las duras etapas de hambruna y emigraciones, continuó carnavaleando en medio de una sociedad que emprendía un viaje proa al marisco de difícil retorno.
Un extraño nirvana se ha ido apoderando de esta sociedad nuestra. Admitimos como normal el saqueo de nuestra patria, la esquilmación de recursos, la cleptocracia instalada en el gobierno, la cultura del robo de lo público y el pelotazo sin que se sacudan nuestras conciencias. El Gobierno autonómico –que no Autónomo- lidera la destrucción de nuestro territorio y nuestra propia identidad y parece que sucediera en un extraño país de ciegos y sordos, lejos de ésta nuestra particular Jauja. Pueden hasta vaciar las entrañas de una Montaña Sagrada para nuestros antepasados, como Tindaya, sin que la sociedad canaria ni sus supuestos representantes políticos de todo el colorido del espectro alteren siquiera uno de sus músculos faciales. Salvo el rito pseudemocrático de las Elecciones, es tan similar esta de hoy a aquella sociedad gris de mi infancia que me pregunto si habrá vuelto el miedo o si es que se ha agotado la rebeldía y la dignidad.
El último episodio sangrante que nos brinda este desarme moral colectivo ha sido la desgraciada muerte de un compañero, profesor de instituto en la capital grancanaria, cuando entraba a su clase en el Cairasco de Figueroa –que compartía con el Mesa y López- lo que supone realmente una muerte en acto de servicio. La Dirección Territorial de Las Palmas –y, por ende, la Consejería de Educación- NEGARON al profesorado y alumnado de ambos centros la declaración de un Día de Luto en homenaje al profesor fallecido. Aparte de preguntarme que hubiera sucedido si la fallecida al entrar al Centro fuera la Consejera, Sra. Luis Brito, o el Sr. Paulino Rivero, no puedo extrañarme de la actitud despótica de las “autoridades” académicas de un Gobierno degradado que propicia tal felonía y al que mantenemos con nuestra pasividad. Tal vez más me indigna más la actitud sumisa de unos compañeros que se limitaron a asistir mansamente a sus aulas y centros y publicar un lacrimoso comunicado de rechazo de la actitud de la Consejería y sus componentes. Ni siquiera fue de repulsa por lo realmenterepulsivo de esa actitud. Este servilismo resignado de unos profesores –supuestos formadores de una juventud que es el futuro- y el muro de silencio de Partidos y Sindicatos me lleva a pensar¿Otra vez ha vuelto el miedo o ha muerto la rebeldía?
¿Tenía razón Secundino cuando en su poema “Mi Patria” se preguntaba: ¿Es que la sangre de aquellos/ en la de estos se extinguió?/….¿No vendrán nuevos destellos?/ ¿La dignidad se perdió? Si tenemos en cuenta que los alumnos hicieron por su cuenta la Jornada de Luto mientras los profesores estaban en sus aulas, pienso que tal vez, al menos para una nueva generación, no es la rebeldía la que ha muerto.
*Francisco Javier González (Catedrático de Instituto jubilado)
Desengañese: por las venas del profesorado canario ha dejado de correr sangre: aguita de manzanilla es lo que fluye allí. ¡Pobres futuros adultos, a quienes están inoculando sumisión y conformismo a manos llenas!
ResponderEliminarLas DOS COSAS, Francisco Javier, las dos cosas...
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