Objetivo Gaddafi
L integrismo, de cualquier especie, necesita un malvado integral, un enemigo de tal naturaleza que pueda ser considerado responsable de toda la maldad y que, por lo mismo, se convierta en el objetivo a destruir. Los integrismos religiosos lo tienen fácil. Toda religión que se precie tiene, frente a su Dios, a su demonio, su diablo, casi todos con cuernos, rabo y olor a azufre. Hasta nuestros antepasados tenían su Guayota dentro de Echeyde y su Tibicena, aquel perro lanudo y malencarado que no tenía cuernos pero si rabo que nos arrebató la colonización. El integrismo político –que tiene per se carácter cuasi religioso, tanto que a veces, incluso, se solapan- tiene que crearlo ex profeso. Así, por ejemplo, los nazis eligieron a los judíos; el nacionalcatolicismo español al contubernio judeomasónico-comunista-separatista; los modernos fascistas de la supuestamente culta y sensible Europa a los inmigrantes, cuanto más oscuros mejor y los neocon, más amplios de objetivos, a todo bicho viviente que no comparta sus ideas...