martes, 22 de febrero de 2011

Landero nos quiere anónimos*

De la mano del alcalde de Las Palmas, Jerónimo Saavedra, y sus fastos electorales disfrazados de candidatura de la ciudad a “Capital Europea de la Cultura 2016”, nos llegó la semana pasada de Madrid el escritor Luis Landero quien, con actitud pontifical de  regodo, se ha dignado a iluminar nuestras estrechas mentes indígenas aseverando, sin descomponerse, que “el cultivar la identidad crea rencores y empobrece los horizontes virtuales e intelectuales”. Y se quedó tan ancho...


Por si fuera poco y nuestras pobres mentes colonizadas no entendiéramos de qué va el asunto, añadió que “lo que sí es fundamental es huir de los nacionalismos”. Evidentemente, quería decir de los nacionalismos que no sean el españolísimo nacionalismo español de toda la vida.
Quizá no merecería la pena contestar semejante estupidez ideológica pagada con nuestros propios impuestos. Pero dado el daño que hace en aquellos siempre deseosos de recibir la aprobación de la metrópoli, habrá que aclararle al corifeo Landero un par de cosas. Que no se preocupe, que se lo explicaremos despacio y con buena letra.
El conocimiento –o más bien “reconocimiento” – de la propia identidad no es más que entenderse uno mismo como fruto del ser social y, por lo tanto, de una determinado ser histórico, cultural, económico y político. Sólo desde esa comprensión podemos entender, describir, criticar y transformar nuestra propia manera de ser, nuestra forma de ver a los demás y al mundo. Esto es, sólo desde lo que somos, desde la realidad que ha dado lugar a lo más profundo de nuestro ser, podremos entender como vemos lo universal, a los demás.
Landero prefiere que seamos “cosmopolitas” cargados de tópicos, con una visión nacionalista –la suya, claro, aunque no se sea consciente de ella– y estrecha sobre el mundo y el resto de la humanidad, fruto de quién no relativiza desde la comprensión de su propia forma de ver las cosas, esto es, su identidad. Por el contrario,  es precisamente a partir de la propia identidad  –siempre en cambio y transformación–  como podemos entender lo verdaderamente universal, lo esencialmente humano, con independencia de las particularidades de cada época y cultura.
Nos imaginamos al señor Landero, que de joven partió de las soledades de su Extremadura natal para hacer “los madriles”, y que demuestra no entender qué es eso de la identidad, reprobando a Gabriel García Márquez sus devaneos localistas con Macondo y lo nefasto de su identidad colombiana que, como todo el mundo sabe, le ha impedido ser un escritor universal. O denostando a cualquier otro escritor por situar sus obras bajo un cielo real, concreto, identificable.
Pues nada, señor Landero, nos dedicaremos a ser “universales” escribiendo novelas ubicadas en New York con protagonistas madrileños. En las que no se cuele por las rendijas lo que somos, lo que respiramos, nuestro pálpito individual o isleño. Seguro que eso le parece lo adecuado, lo estupendo, lo sensato y lo posmoderno. Huy, cómo nos van a aplaudir en Madrid. Lástima que, como explicaba Marx, no existan verdades abstractas –como el abstracto,  virtual e intelectual “horizonte” del señor Landero– sino verdades concretas, terrenas, palpables. ¡Qué poco  glamour, pero qué le vamos a hacer!
Mala cosa es que a quienes siempre se nos tratado de borrar la identidad, vengan –con todos los gastos pagados– a aconsejarnos que no seamos “rencorosos” y no tengamos en cuenta lo que seiscientos años de historia han hecho de nosotros, de nuestra forma de ver las cosas, de cierta manera de ser y comprender lo que nos hace humanos. Es como aconsejar dieta de adelgazamiento a niños hambrientos. Pero, claro, así son estos sesudos amigos de Saavedra.
Porque este supuesto “cosmopolitismo” uniformizador, este “universalismo” de gabinete, no es sino la forma perversa en que se presenta ante nosotros el eurocentrismo imperialista y el ombliguismo del intelectual colonialista. Si ese discurso le da resultado al señor Landero y a otros como él en Madrid y sus cenáculos, allá ellos que son blancos. Pero en Canarias, con el fracaso escolar que padecemos y el bajísimo nivel intelectual de nuestra burguesía criolla y sus políticos de mesa camilla, lo menos que necesitamos es gastar el dinero en traer paletos metropolitanos que vengan a intentar lobotomizarnos.
Señor, señor, qué cruz.
*Teodoro Santana.

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