Un contrato basura como premio. Tres meses tras una máquina registradora o cargando cajas o fregando el suelo con lejía barata como heraldo de la buena fortuna. Digna de una entrevista en la televisión, pero obviamente desprovisto de cualquier indemnización al término de la relación contractual.
Es un premio muy marxista. Nos recuerda que el trabajo, más exactamente la fuerza de trabajo, es una mercancía en un sistema capitalista: el único sistema actualmente vigente. “Tan pronto, pues, como al capital se le ocurre (ocurrencia arbitraria o necesaria) dejar de existir para el trabajador, deja éste de existir para sí; no tiene ningún trabajo, por tanto, ningún salario, y dado que él no tiene existencia como hombre, sino como trabajador, puede hacerse sepultar, dejarse morir de hambre, etcétera”. Y para aclararlo Marx, que nunca pisó un centro comercial ni vio una pantalla de plasma, agrega: “El pícaro, el pordiosero, el trabajador parado, el hombre de trabajo hambriento, humillado y miserable no existen (para el sistema económico), sino solamente para otros ojos, para los ojos del médico, del sepulturero, del alguacil de pobres, son fantasmas que quedan fuera de su reino”. Durante más de un siglo y medio el socialismo, las izquierdas socialistas lucharon, con diversas estrategias, para suplantar el concepto de trabajo como mercancía (y su inherente injusticia y sus consecuencias alienantes) por el concepto de trabajo como derecho y, más allá todavía, como vía para la transformación individual y social. Gracias a ese siglo y medio de luchas políticas, sociales y culturales, con todos sus errores, estupideces y contradicciones, todavía en sitios como este, balneario europeo ultraperiférico, los trabajadores desempleados no se mueren de hambre, como ocurría en la época victoriana en Europa y sigue ocurriendo en el resto del mundo. Pero la herencia de ese siglo y medio puede ser aniquilada en pocos años. Aquí está de nuevo, con todo el astracanesco glamour del marketing más descarnadamente oportunista, el trabajo como mercancía. Supera unas pruebas simpáticas y ocurrentes y te vamos a regalar un fisco miserable de capitalito, tres meses de generoso deslome, cuatro perras para gastárselas en vino si le apetece, buen hombre.
Espero el día en que el premio consistirá en no escupirnos a la cara.
*Alfonso González Jerez
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