domingo, 7 de noviembre de 2010

Sahara: resistencia heróica*


Ya está. Estamos dentro", afirma Ydod, el conductor del todoterreno al entrar en el campamento de protesta saharaui de Gdem Izik, a 18 km al este de El Aaiún, tras pasar los dos controles marroquíes que supervisan el acceso. En pleno desierto. Pero no es un desierto de postal. No hay ni una duna. Tan sólo arena y piedras. Abuelos, padres, madres y niños pueblan las 7.500 jaimas (tiendas nómadas) que, según fuentes saharauis, conforman el mayor movimiento de protesta en la zona desde que fuera abandonada por España hace 35 años. Banderas negras asoman a las puertas de muchas jaimas, representando el luto por el asesinato a manos de la policía marroquí el 24 de octubre, de Nayem El Garhi, un adolescente de 14 años.


Sobre este terreno prestado por tres familias de pastores saharauis, que no han cedido ante las presiones marroquíes para expulsar a los saharauis de allí, se asientan más de 20.000 personas, según aseguran desde la organización de la protesta. Hasta ahora, tan sólo alzan su voz para reclamar los mismos derechos que los habitantes del Sáhara Occidental de origen marroquí: un trabajo, una vivienda y un acceso adecuado al sistema sanitario. Estas son las reivindicaciones del comité de organización; al menos por el momento.
Vienen de El Aaiún, la capital administrativa del Sáhara Occidental, y de otras ciudades saharauis, pero también de Canarias: "Yo era cocinero en Playa del Inglés, en Gran Canaria; pero lo he dejado para apoyar aquí a mi gente, a mi pueblo", asegura Nafe, un joven saharaui que resalta que viajó a la Isla hace 11 años, en patera, obligado por la policía marroquí.

El sol cae a plomo sobre el manto de jaimas y la gente intenta sofocar el calor como puede. Una fila compuesta sobre todo por mujeres hace cola ante un pozo seco. "No hay agua, tenemos sed", se queja Louha, una joven saharaui que había venido de Canarias a El Aaiún "a pasar una semanita", pero que ha preferido quedarse aquí "hasta el final". De repente, llega un camión-cisterna y se desata la alegría. Desde lo alto de la única casa construida, la de los pastores, se observa un punto de vista perfecto del mar de jaimas. Al fondo, los camiones del Ejército y el muro construido por las autoridades marroquíes. También se pueden ver a varios todoterreno recoger la basura del campamento. Son los propios saharauis los que se ocupan de la limpieza y no las autoridades marroquíes, como aseguran fuentes de la gobernación de El Aaiún.
En el comité de organización del campamento leen un comunicado en árabe (dialecto hassanía). Traduce Antonio Velázquez, un mexicano que forma parte del comité y del colectivo Resistencia Saharaui y que hasta hace unos meses sólo era un músico que vivía en Barcelona. "Marruecos usa la estrategia política para atraer a colonos del norte de Marruecos y Mauritania, ofreciéndoles a estos últimos la nacionalidad para la integración en el régimen marroquí", aseguran desde el comité.

Se lamentan de que a pesar de la "gran riqueza" de recursos naturales de la zona "hay desempleo, marginación y el intento de erradicar la identidad saharaui", continúa el comunicado. Califican su salida al campamento como un "éxodo masivo" para reivindicar "nuestros derechos" y expresar "nuestro sufrimiento". Y confían en "resistir" hasta que "se resuelvan nuestros problemas y vivamos dignamente en nuestra tierra: Sáhara Occidental".
Una ciudad organizada

El campamento va tomando forma de ciudad en mitad del desierto. Recogida de basuras, tienda-almacén de comida, enfermería, organización por barrios, seguridad nocturna, mezquita improvisada…El asentamiento parece que va para largo. "El primer día éramos 12 jaimas. El segundo, 500 y el tercero ya no se podían contar. La gente necesitaba una chispa, se la dimos y explotó", sostiene Abdelwahab Waáaban, uno de los integrantes de la primera tienda.
"Estamos rodeados, pero nos sentimos libres, aunque siempre dormimos con un ojo abierto", concluye. Nunca descansan del todo por lo que pueda pasar, aunque hay un equipo que se encarga de la seguridad del campamento. "Somos más de 200, repartidos en tres equipos que se rotan cada ocho horas. Nuestro objetivo es no dejar pasar a intrusos marroquíes, que no entre ni el aire", afirma Bachir, nombre en clave de uno de los miembros del dispositivo de seguridad saharaui.

Marruecos mueve ficha

No hay entonces por qué tener miedo. "Mi madre siempre ha temido a las autoridades marroquíes, desde la Marcha Verde. Ya no. Ahora, incluso ha puesto su jaima en primera fila, en frente del Ejército. Yo le insisto para que vuelva a El Aaiún unos días, a descansar. Pero no quiere. Y eso que anoche tenía fiebre. Dice que se quedará aquí hasta el final", cuenta, emocionado, Ahmed.

Más de tres semanas hace ya desde que Abdelwahab y sus compañeros instalaron la primera jaima en este llamado Campamento de la dignidad. El Gobierno de Marruecos comienza a mover ficha en las negociaciones. Fuentes de la gobernación local afirman que han ofrecido 1.400 parcelas de terreno, 100 puestos de trabajo y pequeñas pensiones a viudas y otros colectivos saharauis con necesidades sociales que se comprometan a no formar parte del campamento. Después, aseguran que estas ayudas se ampliarán a otros segmentos de la población.

El comité de organización del campamento sostiene que la mayoría de los que se han apuntado a los listados para recibir estas ayudas son marroquíes residentes en El Aaiún. Afirman que no van a negociar mientras se mantenga el bloqueo de comida, agua, medicamentos, material y prensa, y voluntarios extranjeros.
El reto de la dirección es ahora mantener unido al campamento y convencerles de que no se dejen engañar por las que califican de falsas promesas marroquíes. Louha, la saharaui-canaria, se inspira en la muerte del niño Nayem El Garhi para reforzar el espíritu de lucha. "No nos vamos a amedrentar. Nos quedaremos aquí. Si él se murió, moriremos todos aquí, con él".

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