miércoles, 23 de noviembre de 2011

Los rescoldos de la memoria obrera*


EL pasado sábado, en un acto sencillo y recoleto, con una ofrenda floral se rindió homenaje a seis hijos del pueblo y del trabajo; jornaleros portuarios y vecinos de la ciudad, víctimas de la primera matanza de obreros en Canarias...







Pareciera que la Historia sólo pudiera ser protagonizada por los grandes personajes, los ilustres, los poderosos y los adinerados. Nuestra ciudad de hoy se ha construido también con el esfuerzo de silenciosos y anónimos héroes civiles, del pueblo llano y de sus clases trabajadoras. El sacrificio de nuestros antepasados merece nuestro reconocimiento. Y es de personas bien nacidas ser agradecidas.

La memoria histórica es un saber que no necesita justificación utilitaria. Forma parte de nuestra cultura, pues conocer nos enriquece. Constituye parte de los cimientos de la sociedad, ya que no se puede vivir el presente y encarar el futuro sin asumir el pasado.

La vida es un continuo hacer memorias. Decía San Agustín que el recorrido por los vericuetos de la memoria puede llevarnos a deambular por oscuras cavernas o luminosos palacios. El dilema de toda memoria es: olvido o recuerdo.

Durante la denominada Transición los cementerios se convirtieron en espacios públicos de memoria, en cuanto escenarios de duelo popular con el regreso de los restos de los republicanos exiliados. El Cementerio de Vegueta es un lugar de memoria, en cuanto condensación simbólica del espíritu de la sociedad palmense.

Nuestro primer cementerio custodia un legado escultórico y arquitectónico importante, donde late la historia del poder terrenal. Desde que fueran construidos allá por 1811, los muros de este viejo guardián de la memoria encierran doscientos años de historia y narran lo que ha sido la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en los últimos dos siglos.

Esta necrópolis es testigo de las diferencias de clases, manifiestas en panteones, mausoleos, nichos y lápidas. Entre sus singulares rincones ocultos o desapercibidos, con miradas de mármol que desafían el paso del tiempo y vigilan los rescoldos del recuerdo que no somos capaces de avivar, destaca una llamativa lápida en el centro de la zona norte, la del ensanche. Aquí se localizan las tumbas de quienes no podían erigir mausoleos y panteones.

Tal día como ayer sábado, hace 100 años, el domingo 19 de noviembre tuvo lugar en la ciudad una manifestación de duelo, presidida por los directores de los periódicos locales y los presidentes de las sociedades obreras, depositándose coronas en las tumbas de los obreros fallecidos. Acudió la población en masa y en silencio para colocar coronas sobre los sepulcros de las víctimas.

Fue un acto imponente, en el cual todas las clases sociales populares se mezclaron para significar el inmenso dolor que causaron los incalificables hechos. Expresión popular de duelo que no volverá a conocer la ciudad sino hasta el verano de 1980 con los funerales por la muerte de la joven isleteña Belén María, hija de un estibador portuario cuyo colectivo laboral mantenía en aquel momento una huelga.

En noviembre de 1916, el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria aprobó por unanimidad "ceder un nicho del Cementerio de esta ciudad para conservar en él los restos de los 6 honrados obreros que fueron víctimas inocentes de los dolorosos sucesos que ensangrentaron nuestras calles el 15 de noviembre de 1911".

Sus restos son inhumados y trasladados al nicho nº 943 del Cementerio de Vegueta, donde estaba enterrado Juan Vargas, el último sepultado. Hoy figura una lápida donde se lee: "A la memoria de los obreros Pedro Montenegro González, Cosme Ruiz Hernández, Juan Torres Luzardo, Vicente Hernández Vera, Juan Pérez Cruz y Juan Vargas Morales, inmolados a la ambición del caciquismo leonista. 15 noviembre 1911".

La realización de una ofrenda floral en el Cementerio de Vegueta constituye un evento que se inscribe en la tradición obrera y ciudadana de la ciudad palmense de homenajear cada 15 de noviembre este luctuoso suceso, hasta el año 1935 Costumbre recuperada por los viejos republicanos federales durante los primeros años de la restauración democrática. Y que duró hasta que el último de ellos murió.

Rescatemos para la memoria colectiva de la ciudad el recuerdo de lo sucedido el 15 de noviembre, momento en el que también hunden sus raíces nuestra personalidad colectiva. Volvamos a colocar esta efeméride en la agenda de celebraciones histórico-culturales de Las Palmas de Gran Canaria. No para vivir entre fantasmas ni anclarnos en el pasado como estatuas de sal, sino para que sirva de espacio de encuentro y momento de unión de la ciudadanía palmense.

Como generación presente mantengamos vivos los rescoldos de la memoria. Respondamos al envite que nos hace la Historia.


*Juan Peña García (miembro de la Comisión Organizadora del Centenario del 15 de Noviembre de 1911)

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