sábado, 8 de octubre de 2011

Un mundo fantástico (I)*


L problema de un régimen férreo de lavado de cerebro colectivo como en el que vivimos, es que los adoctrinadores terminan creyéndose su propia propaganda. Y cuando las cosas vienen mal dadas, su propia visión de las cosas –es decir, su ideología– no sólo no les permite dar con soluciones adecuadas, sino que sus recetas empeoran la crisis y los arrastra cada vez más al abismo...




Así persisten en la fantasía de que la riqueza es el dinero, y de que es el dinero el que genera más dinero. Explican los beneficios y las plusvalías como resultado de comprar barato y vender caro. Esto es, que los capitalistas, dado que son genéticamente más “inteligentes”, engañan a sus clientes. Pero, dado que todos los capitalistas son, en mayor medida, clientes y proveedores unos de otros, la conclusión sería, como señalaba Marx en El Capital, que “la clase burguesa se estafa a sí misma”.

El capitalismo, que ha llegado a sus últimos límites históricos y económicos, ha convertido a los asalariados no sólo en generadores de riqueza con la venta de su fuerza de trabajo muy por debajo de su valor real, sino que, con la extrema polarización de clases, los ha transformado en su masa de clientes.

Ya no hay una espesa capa intermedia de pequeña y mediana burguesía que con su poder adquisitivo pueda equiparar su consumo al de la inmensa masa de asalariados, que ahora reúnen las condiciones simultáneas de productores y consumidores.

Esto crea una contradicción insoluble. Por una parte, para perpetuarse como capitalistas, los burgueses necesitan extraer el máximo de plusvalía a los asalariados. Es decir, pagarle lo menos posible por su trabajo, tanto en forma de salarios directos como en forma de salarios indirectos (educación, sanidad, prestaciones sociales).

Pero, a la vez y como consecuencia de ello, los asalariados, en tanto que consumidores, ven reducida su capacidad de comprarle a los propios capitalistas, por lo que lo que ganan estos como productores lo pierden como vendedores.

Para “solucionarlo”, a los capitalistas no se les ocurre otra cosa que prestarle el capital que extraen a los asalariados a esos mismos asalariados. ¡Et voilá! Ya tenemos arreglado el problema del consumo.

Pero como los capitalistas no pueden prestar “su” dinero gratis, porque saldría en la práctica de la circulación y no le reportaría beneficios (impidiéndoles volver a “invertir” y mantener su tren de vida), necesitan cobrar intereses por esos préstamos.

Pero ahora los asalariados, en tanto que receptores de esos préstamos, deben más de lo que consumen. Por lo que, para poder mantener su ritmo de consumo, y garantizar así que los capitalistas puedan seguir vendiendo y, por lo tanto, realizando las plusvalías que le sacan a los asalariados en el proceso de producción, necesitan seguir endeudándose más. Y para hacerlo posible sin detener esta alocada espiral, los burgueses, a través de sus gobiernos, se dedicaron a imprimir cada vez más dinero.

A la vez, imprimiendo más dinero hacen que los importes nominales de los billetes sean superiores a su valor real. Esto es, deprecian sus propios capitales. Para tratar de reponer el valor de sus capitales necesitan ganar mucho más, pagando por mucho menos el valor del trabajo.

Pero, al mismo tiempo, necesitan vender mucho más y, con ello, que los asalariados consuman mucho más. Pues a imprimir más dinero y les volvemos a prestar, dando una nueva vuelta en este círculo infernal.

Y cuando la máquina ya no puede seguir girando y saltan los cojinetes, no pueden aportar otra solución que la de “¡más madera!”. Cuando quebraron los bancos en 2008, saquearon las arcas públicas para salvar sus capitales. Pero entonces los que quedaron en bancarrota fueron los propios estados, que se habían descapitalizado para “rescatar” a los bancos.

Inmediatamente, los Estados tienen que pedir prestado ¡a los propios capitalistas y a sus bancos! Y claro, los capitalistas no les van a prestar “su” dinero gratis. Y no solo les cobran intereses, cada vez más usurarios, sino que exigen que a los asalariados de esos Estados se les rebajen los salarios. Arruinando así a sus propios clientes.

Y para que no cunda el pánico y a los asalariados les dé por pensar cosas “raras”, ahí tenemos a los propagandistas del sistema dándonos catequesis, un día sí y otro también, a través de los medios de comunicación de su propiedad. Pero también, ¡oh Fabio!, desde las cátedras de las Universidades.

*Teodoro Santana (Independencia y Socialismo)

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