CONSIDERAR que la política es independiente de la economía y viceversa es parte del sueño del neoliberalismo imperante que da por muertas las ideologías, decreta el “Fin de la Historia” y simula creer en la autorregulación del sistema. Habría que aplicarle el tenoriesco verso de “los muertos que vos matáis gozan de buena salud” y acercarnos a la explosión de las contradicciones a que estamos asistiendo con un análisis ideológico que sea capaz de superar el denso manto propagandístico con que los medios desinformativos tapan los acontecimientos...
La guerra imperialista, tanto como la destrucción de las fuerzas productivas, es parte de la receta que aplica la economía capitalista ante las crisis, aunque para la guerra imperialista o para su permanente propaganda de falsificación informativa no sea la crisis una condición previa. Con la actual agresión OTAN sobre Libia y según sus autores se trata de “proteger a la población civil”, “evitar las masacres del ejército mercenario de Gadafi sobre el pueblo libio desarmado” y toda otra serie de “causas morales” aderezadas, eso sí, con el uranio empobrecido ( U 238 ) de sus bombas y misiles con una vida media de “solo” 4.500 millones de años emitiendo radioactividad. Lo malo es que la letra de esta canción imperialista –independientemente del carácter político del gobierno del coronel Gadafi- es sobradamente conocida por lo repetida. Valgan como ejemplos la “democratización” de Afganistán, las “armas de destrucción masiva” de Irak o la guerra de destrucción de la antigua Yugoeslavia del 92, paradigmática esta última en todos los sentidos para mostrarnos cuál es el carácter real de estas humanitarias intervenciones.
La realidad es que una Yugoeslavia fuerte, heredera de un sistema autogestionario y de derechos de las fuerzas del trabajo como el implantado por Tito que era considerado como “muy izquierdista” y “molesto” por su influencia, más aún desde la Conferencia de Bandung del 55 y la formación del Movimiento de Países No Alineados, muchos de ellos excolonias europeas recién llegadas a una independencia más formal que real, era un problema para el control imperial de Centroeuropa. Desde 1979, con Tito moribundo, la CIA apoyaba fuertemente los movimientos croatas, musulmanes y albaneses que buscaban la disgregación yugoeslava, fomentando un malestar nacionalista que se incrementaría con la desaparición en 1989 de la autogestión y de gran parte de los derechos de las clases trabajadoras por imperativo del FMI. Ya en el 92, Alemania arma a croatas y musulmanes para una guerra civil, que los EE.UU y los europeos alimentarían durante más de 3 años, en busca del control de los estratégicos Balcanes y de las rutas del petróleo a la UE.
Dije que esta guerra era paradigmática en todos los sentidos y así es. Puede mostrarnos perfeccionada la más sofisticada de las armas desde su uso por Goebbels: los medios de desinformación para la creación de estados de opinión y cortinas de humo, que ya los gringos habían experimentado con éxito en la guerra yanqui-española por el dominio del resto las colonias hispanas en América, Asia y Oceanía. Era fundamental para los intereses del tándem gringo-europeo demostrar las atrocidades criminales de los serbios para lo que, independientemente de lo que fuese la realidad o los crímenes realmente cometidos, se hizo un elaborado montaje contando con “ayudas” de organizaciones a las que se suponía humanitarias y libres de sospecha como fue el caso de “Médicos del Mundo” como demostró ampliamente el periodista belga Michel Collon. Médicos del Mundo publicó ese verano del 92 un fotoreportaje –y llenó de propaganda los muros de Paris- en que mostraba supuestos “campos de exterminio” serbios rodeados de alambres de espino y con torres de vigilancia al más puro estilo nazi. En realidad se trucó un reportaje de la británica ITN colocándole unas falsas alambradas y superponiendo la imagen de una torre de vigilancia del campo nazi de Auschwitz, como reconocieron posteriormente el que fuera máximo dirigente nacionalista musulmán en Sarajevo, Alija Izetbegovic, y el presidente de Médicos del Mundo Bernard Kouchner. Más claro aún: Jacques Merino, periodista de “France 2” donde fue redactor jefe, en su libro “Toutes les vérités ne sont pas bonnes à dire” sobre la propaganda en la guerra yugoeslava (Ed. Albin Mitchel. Paris 1993) reproduce una entrevista con el presidente de la agencia gringa “Ruder&Finn Public Relations” contratada por el gobierno croata de Tudjman desde agosto del 91 a junio del 92 que, orgullosamente, reconocía que había montado la campaña de los “campos de exterminio”, embaucando y embarcando en ella a tres de las mayores organizaciones judías de USA (la B’nai B’rith –extendida hoy por toda Latinoamérica- el American Jewish Committee y el American Jewish Congress) para asimilar serbios con nazis: “Conseguimos que para la opinión pública coincidieran. Era un asunto muy complejo porque nadie entendía lo que sucedía en Yugoeslavia pero de un solo golpe pudimos presentar un asunto simple, con sus buenos y sus malos” y, cuando el periodista le increpa que lo hicieron mintiendo, con todo cinismo contesta: “Si, pero somos profesionales y no se nos paga para hacer moral”. Podemos entender como la opinión pública elevaba de las 2.000 víctimas de violación que contabilizaba la Cruz Roja –víctimas de todas las etnias, aunque más abundantes eran las musulmanas y todas igual de brutales- a las 50.000 que publicaban falsamente las agencias de prensa occidental. Cabe preguntarse como entre los 5 serbios condenados por el Tribunal Penal Internacional y los 3 que lo fueron por la Corte de Bosnia y Herzegovina como autores de violaciones comprobadas pudieran realizar tantas monstruosidades.
La guerra en los Balcanes no acabó con la partición de Yugoeslavia ni con los centenares de miles de muertos ni los millones de desplazados. Seguía Serbia viva y quedaba además el problema de Kosovo que, aunque región origen de la Serbia medieval, la población en 1990 era mayoritariamente albanesa y deseaba su constitución como estado independiente. Ya en plena guerra de Bosnia, se había celebrado un Referéndum por la Independencia entre la población albanokosovar, al estilo de los actuales que se celebran en Catalunya que, aunque sin efectos legales, retratan la voluntad popular. El apoyo albanokosovar a la independencia fue masivo y se eligió de presidente de la futura república a I. Rugova. La respuesta del gobierno serbio de S. Miklosevic fue suprimir la autonomía kosovar, ante lo que el Ejército de Liberación de Kosovo ELK comienza sus actividades guerrilleras a las que Milosevic contesta con represiones desplazando a los albanokosovares de los puestos de la administración y obligando a muchos albanos al exilio. En el 97, a raíz de las revueltas en Albania, más de un millón de armas albanesas terminaron en Kosovo y para el 98 el ELK estaba asentado en casi un tercio del territorio con lo que los enfrentamientos entre el Ejército serbio y el ELK tomó características de una verdadera guerra civil que a finales del año estaba empantanada por lo que la ONU plantea un alto el fuego para resolver la crisis mientras la OTAN, de inmediato, amenaza a Serbia con bombardeos como los que ya sufrió en la guerra de Bosnia. Más o menos forzadamente se acepta el alto del fuego con solo pequeñas escaramuzas entre las partes en conflicto.
En una de estas escaramuzas, el 15 de enero de 1999, la policía serbia toma la aldea de Racak, bastión del ELK, con un saldo de 15 muertos entre los guerrilleros del ELK según la crónica en “Le Figaro” (20-1-99) del periodista francés Renaud Girard presente en el combate que indica también la presencia como observadores a miembros de la “Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa” (OSCE) y que, como comprobó la Comisión de Juristas dirigida por la finlandesa Madame Ranta estudiando la grabación del hecho que había realizado Associated Press TV, se trataba de un enfrentamiento bélico entre combatientes. Por la tarde la policía serbia con el arsenal requisado abandona el pueblo que es retomado por el ELK. A la mañana siguiente acude a la zona el responsable de la OSCE, el gringo William Walker, todo un personaje representativo del estilo del imperio: Ex-Subsecretario de Estado para Asuntos de Centroamérica en la etapa del Iran-Contra; ex-Embajador en San Salvador entre 1988 y 1992 cuando los asesinatos por el ejército salvadoreño de los 6 jesuitas y de su cocinera y su hija, donde jugó un importante papel “asesor” de los Escuadrones de la Muerte y protegió a los responsables militares. Clinton intentó nombrarlo en 1993 como embajador en Panamá pero se opusieron rotundamente las autoridades eclesiásticas por considerarlo responsable de aquellos asesinatos.
Con Walter en escena “aparecen” unos 40 cadáveres alineados en una zanja, y a pesar de las dudas que exponen los periodistas franceses y alemanes, el gringo Walker, indignado, declara textualmente que “Es la más horrenda masacre que haya podido contemplar” y eso, desde luego, es mucho decir para un embajador USA en El Salvador que, en esos años de su embajada, contempló y justificó la muerte de 75.000 civiles y 9.000 desaparecidos según estableció en la ONU la “Comisión de la Verdad” en 1992, con episodios múltiples de asesinatos masivos como los 1.500 campesinos en El Sumpul y El Mozote o los 500 de Usulutan por nombrar solo algunos de los más conocidos. Casi simultáneamente y en medio del debate sobre el “impeachment” de Clinton por los affaires de Monica Lewinsky y Paula Jones el portavoz del Departamento de Estado, James Rubin, se preguntaba en la CNN como era posible aguantar la “cobardía de la NATO” y exigiendo el inmediato bombardeo de Serbia para proteger a los kosovares de una masacre.
No hubo que esperar mucho ni los militares de la OTAN –que presidía el español Javier Solana- solicitaron la aprobación de la ONU. Por su cuenta y riesgo, al alba del 24 de marzo y no sé si “con tiempo duro de levante” al estilo Trillo, comenzó la operación “Allied Force” que extendería hasta el 10 de junio sus “bombardeos humanitarios” como los definió para la posteridad el entonces presidente checo Vaclav Havel en una entrevista con “Le Monde” (29/4/99). Los aviones españoles F-18 estacionados en la base italiana de Aviano fueron los primeros en bombardear Belgrado. Por la OTAN participaron en la “humanitaria represión” unos 1.000 aviones en unas 38.000 operaciones de bombardeo, entre ellos los 8 F-18 y los 4 KC-130H españoles que totalizaron unas 300 salidas. Contaron con el apoyo de portaviones, submarinos y barcos de guerra, para lanzar cientos de miles de bombas y misiles sobre Serbia y Kosovo sobre un total de 333 objetivos que incluían puertos y aeropuertos, sedes de los partidos de izquierda, fábricas, centrales eléctricas, telecomunicaciones, la RTV serbia, puentes, vías de comunicación, convoyes ferroviarios…y hasta la Embajada China. Entre los proyectiles, tal vez para recalcar el carácter humanitario de la guerra imperial y según las cifras oficiales OTAN, se emplearon 1.392 bombas de racimo conteniendo para su dispersión indiscriminada 289.536 bombas individuales. Para el general yanqui Joseph W. Ralston, vicejefe del Estado Mayor Conjunto OTAN, “a pesar de la cantidad e intensidad de las bombas empleadas, las víctimas civiles serbias han sido increíblemente pocas, estimadas en menos de 1.500 muertos”(“Aerospace Power and the Use of Force” AFA Forum 24/9/99). El imperialismo inauguró así un nuevo y temible concepto: la Guerra Humanitaria, certificando además de hecho la muerte civil de la ONU, supeditada al interés de los EE.UU de Norteamérica y usando a la OTAN como su punta de lanza.
¿Sentimiento humanitario? ¿Defensa de los albanokosovares masacrados? La explicación más correcta nos la ofrece John Norris, actual Director Ejecutivo de “Sustainable Security and Peacebuilding Initiative” del “Center for American Progress”, que fue jefe del personal del “International Crisis Group” durante la crisis de Kosovo en su libro “Collision Course: NATO, Russia and Kosovo”, prologado por el responsable de la diplomacia yanqui durante la guerra como Secretario Adjunto de Estado de Clinton, Strobe Talbott. Nos aclara Norris que “fue la resistencia de Yugoeslavia a sumarse a las tendencias más generales de la reforma política y económica –y no la difícil situación de los albaneses kosovares- lo que mejor explica la guerra de la OTAN”.
Creo que podemos tener herramientas suficientes para entender esta nueva etapa imperial y poder asomarnos conscientemente a la realidad de los actuales “bombardeos humanitarios” sobre Libia, cuyos motivos serán el objetivo de un siguiente artículo.
*Francisco Javier González
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