Cuando los jóvenes poetas españoles celebraron en 1927 el homenaje a don Luis de Góngora, Gerardo Diego se encargó de hacer una antología de autores gongorinos. Confesó en su prólogo que le habían sido de mucha ayuda las descalificaciones de los eruditos. Si un escritor era despreciado por algún famoso académico, lo buscaba de forma inmediata, seguro de descubrir una mina de verdadera poesía. Los eruditos siempre acertaban al revés, como los meteorólogos de campanario...
Recuerdo ahora este curioso prólogo de Gerardo Diego. Siento una necesidad intelectual muy parecida cuando oigo hablar a los economistas institucionales y banquerizados. Cada vez que argumentan razones objetivas para adoptar una medida, creo que aciertan al revés y me decido a apoyar la opinión contraria. Esta crisis ha demostrado una vez más que, pese a utilizar un tono de análisis científico y una pretendida observación de leyes universales, los responsables de nuestras finanzas, ya sean expertos de la especulación y la deuda o dirigentes institucionales, se comportan como párrocos de un dios sucio llamado dinero. No piensan en la vida y la dignidad de la gente cuando elaboran sus ideas sobre el bien y el mal. Sólo les preocupan los beneficios del capital especulativo que representan. Sometidos a una ideología más que a una ciencia, podemos aplicarles la frase con la que el maestro Karl Kraus definió la idea de progreso argumentada por los negociantes que provocaron la Primera Guerra Mundial. Este tipo de economistas se dedican a “fabricar monederos con piel humana”.
El asalto en el Estado español a las cajas de ahorros es la gota que colma el vaso de la paciencia cívica. Es hiriente la autocrítica del FMI reconociendo que ha sido muy duro con los pobres y muy blando con los ricos. Esa no es una consecuencia de la mala gestión de Rato, sino la única razón de ser del FMI. Es ridícula la solemnidad intelectual de los economistas que, olvidando su incapacidad para evitar la crisis, hacen gala de su ciencia para exigir la liquidación de los derechos conquistados por los ciudadanos. Parecen médicos que, incapaces de diagnosticar una enfermedad, nos mandan a la farmacia a comprar venenos. ¿Pero en nombre de qué ciencia hablan? Los expertos del Banco de España, en vez de vigilar la salud del sistema financiero español, como era su obligación, se han dedicado a exigir el cumplimiento de los mandamientos neoliberales: congelación de salarios, recortes de gasto social y bajada de impuestos a los ricos. Esos mismos expertos han abanderado después la transformación de las Cajas de Ahorros en bancos por los problemas económicos que ellos no advirtieron.
Cuando oigo que hacen falta en las Cajas profesionales de las finanzas en vez de representantes públicos, recuerdo que los responsables de la crisis no han sido los políticos, sino los profesionales de la especulación. Y recuerdo que ha habido banqueros muy profesionales descubiertos en graves estafas y perdonados gracias a su capacidad de presionar en el mundo político. Los meteorólogos de campanario aciertan al revés. Deberíamos consolidar los fundamentos de una banca pública. El único error en esto de las Cajas es que algunos políticos se han comportado como banqueros.
Cuando oigo hablar de las salidas a Bolsa y del rigor económico, recuerdo también que la mayoría de los proyectos solidarios que conozco (el patrimonio cultural, la integración de inmigrantes o la lucha contra la extirpación del clítoris a las niñas de un país africano), se subvencionan con apoyos de la obra social de las Cajas. Su arraigo territorial, la obligación de invertir en proyectos sociales parte de sus beneficios, facilitaba que el dinero conservase todavía un tímido disfraz humano. Todo esto, y es el 50% del sistema financiero del Estado español, se desmantela y se pone en manos de los buitres de la especulación internacional. ¡Maldita sea!
Conviene que la rebeldía del pensamiento económico se instale en el centro de la preocupación de los ciudadanos. No el paro, las pensiones o la jubilación, sino las políticas que nos someten al camino marcado por los buitres y defendido por sus párrocos. Hay que converger en una plaza rebelde. Y las urnas son metáfora importante de esa plaza. La derrota empieza por nosotros mismos si no somos capaces de darle sentido a nuestro voto. ¿Monederos de piel humana? Con mi voto, no.
*Luis García Montero.
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