martes, 12 de octubre de 2010

Algo va muy mal*

La lectura del último ensayo de Tony Judt, Algo va mal (Taurus, 2010), deja una valiosísima sensación de familiaridad. El autor de algunos de los libros que más ayudan a comprender el pasado ideológico de la realidad (Postguerra o Sobre el olvidado siglo XX) habla de manera cordial de los asuntos que suelen centrar nuestras conversaciones en los últimos años, ya sea con los amigos o los adversarios. Resulta difícil asistir al espectáculo de la religión mercantilista, meditar el significado de las noticias y escribir sobre el mundo sin plantearse las cuestiones que aborda Judt en este libro.


Los que nos hemos formado en una voluntad humanista, pensando que la educación procura transmitir saberes y formar ciudadanos, sentimos verdadera incertidumbre ante la facilidad con la que se han impuesto las consignas de la rentabilidad comercial en los planes de estudio y en las decisiones de las autoridades académicas y de los estudiantes. El éxito particular frente al resto competitivo de la sociedad, confirmado sólo por los beneficios económicos personales, parece más importante que la vocación vivida como el modo de ser útiles a una comunidad. El deseo de modernidad se llena de estafas sentimentales cuando la producción de riqueza no distribuye felicidad entre los individuos y sirve sólo para acumular capital en muy pocas manos.
Ninguna estafa más llamativa que el descrédito de los servicios públicos y la política de privatizaciones. Negociantes privados se apoderan de las fuentes lucrativas, el Estado carga con los aspectos deficitarios y los servicios empeoran. Judt denuncia que ninguna privatización ha sido eficaz, algo que comprueba cualquier ciudadano en su experiencia diaria. Las contratas y las subcontratas aumentan los precios, degradan los puestos de trabajo y envenenan las prestaciones. "Nuestra" Telefónica es un ejemplo que ofrece pocas dudas. Pero la realidad no vale de argumento. Contra toda evidencia, se impone una pérdida de confianza en la comunidad, la intervención pública en los mercados se demoniza y los individuos son de nuevo lobos para otros individuos, perdiendo cualquier impulso de fraternidad. Más que ciudadanos libres que forman espacios públicos de convivencia, encarnan egoísmos que se devoran. La paradoja es que las soledades particulares no facilitan libertad, sino realidades de dependencia bajo el poder de los mercados y del Estado fantasma.
Como si se tratase de un frágil castillo de naipes, en poco tiempo se han perdido derechos conquistados en un esfuerzo de siglos. Los gobernantes más representativos de las tres últimas décadas han participado en el suicidio colectivo de la política como ámbito de la solidaridad y las esperanzas compartidas. Se han convertido en sacerdotes de una nueva Edad Media, bajo una religión llamada economía neoliberal. Hablan en su latín especial para que nadie entienda la verdad de la ley, un dogma que promete salvación para todos, pero que sólo distribuye el infierno entre la población. Tony Judt nos invita a perder la fe, a recordar sin miedo los logros conseguidos por la socialdemocracia en el pasado y a conformar un nuevo lenguaje.
Sus conclusiones son inteligentes y optimistas. Mi lectura es menos optimista, porque no creo que los problemas de hoy se deban a una mala utilización del sistema capitalista, sino al desarrollo cancerígeno de un sistema que difícilmente va a querer o poder funcionar de otro modo. Por eso mi lectura es también menos inteligente, y confieso no tener tan claras como Judt algunas valoraciones sobre el pasado o el futuro. No es que algo vaya mal, es que casi todo va muy mal. Pero cuánta compañía dan la inteligencia y el optimismo de Judt. Sus palabras invitan a seguir escribiendo, a mantener la conversación con los adversarios, los amigos y los hijos. No podemos consentir que las comunidades se conviertan en selvas y las experiencias humanas en gruñidos de fiera.
En los años de su mandato de fiera, Margaret Thatcher declaró que no había sociedad, sino individuos y familias. Tony Judt escribió este libro mientras una enfermedad cruel paralizaba su cuerpo y le quitaba la vida. Agradeció en el prólogo los cuidados de sus hijos y de su mujer, la historiadora musical Jennifer Homans. No me parece un recuerdo gratuito, porque le otorga un valor social a la idea de familia. Algo va mal es un ensayo sobre los cuidados, sobre la necesidad que tenemos de aprender a cuidarnos los unos a los otros.
*Luis García Montero (escritor)

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