lunes, 7 de junio de 2010
Reforma laboral*
La crisis se ha convertido en la constatación de que la clase dominante lo es de verdad. Ahora impone sus condiciones aprovechando el miedo que se ha instaurado en la ciudadanía ante la incertidumbre que genera la deriva que ha tomado el sistema. La situación se asemeja a un avión entrando en picado donde el piloto tira de los mandos, al tiempo que plantea negociar con los pasajeros para llegar a un acuerdo antes de remontar el vuelo.
El pánico recorre el cuerpo de los viajeros fulminando cualquier posibilidad de reacción. En estas situaciones límite, no se distingue bien la línea entre negociación y chantaje.
Tiene guasa que en las circunstancias actuales, los que tienen la sartén por el mango planteen una reforma laboral pactada cuando a todas luces va a ser impuesta. Ya se ha aceptado como dogma la necesidad de dicha reforma, con la falsa premisa de que abaratando el despido se incentiva la contratación. Si de un examen se tratara, el cien por cien de la población señalaría como respuesta correcta que lo que se incentiva con tal medida es el despido, pero claro, el pueblo es tonto y no entiende de macroeconomía.
No se concibe otra reforma que aquella que vaya encaminada a la mejora de las condiciones de los trabajadores. La flexibilidad, tanto en la contratación como en el despido, es absoluta, y a diferencia de otros países de la Unión Europea que nos ponen de ejemplo, aquí los contratos basura no son la excepción, sino la norma. El fin de esta reforma no es otro que sacar tajada del miedo instaurado en la ciudadanía que extiende sus manos pidiendo ayuda al sentirse sobre arenas movedizas, y se le lanza, generosamente, un alambre de espino dándole la libertad de escoger.
*Gran Wayoming