jueves, 27 de mayo de 2010

Engels, Marx y los Sindicatos*

Este trabajo es un relato breve de las relaciones que desarrollaron Friedrich Engels y Karl Marx con los sindicatos, así como también de sus opiniones acerca de éstos. Como se verá en el texto, ambas sufrieron pronunciados vaivenes a lo largo de la existencia de ellos.


La fuente primaria fundamental utilizada han sido las cartas intercambiadas entre Engels y Marx, además de la correspondencia que mantuvieron con otras personas. Han sido publicadas en la colección de obras completas de dichas autores: Marx-Engels Werke, citada abundantemente en las páginas que siguen. La colección es una fuente excelente de información para conocer las ideas de ambos autores.

Las opiniones de Marx y Engels sobre los sindicatos sufrieron variaciones sustanciales a lo largo del tiempo. En el Manifiesto Comunista de 1848 consideraron que eran un instrumento positivo para la revolución social. Los sindicatos emergían como consecuencia de las tensiones individuales entre patrones y obreros:

“[...] las colisiones entre trabajadores individuales y patrones individuales toman cada vez más el carácter de colisiones entre clases” -sostuvieron en dicho documento-. “A partir de ese momento los trabajadores comienzan a formar combinaciones [sindicatos] contra los burgueses [...]; forman asociaciones permanentes para prepararse de antemano para estas revueltas ocasionales [...]. El real punto de sus batallas no se encuentra en los resultados inmediatos sino en la unión consciente de los trabajadores [...] las numerosas luchas locales [se transforman] en una lucha nacional entre clases. Pero toda lucha de clases es una lucha política [...]. Esta organización de los proletarios en una clase y consecuentemente en un partido político es atacada continuamente por la competencia entre los mismos trabajadores. Pero vuelve a surgir otra vez, más fuerte, más firme, más poderosa.”(1)

La fórmula sociopolítica que emergía de este texto, es decir, la estructuración de organizaciones sindicales “conscientes” que se transformasen en un partido político de la clase obrera cuya meta, a su vez, sería la socialización de los medios de producción, siguió prevaleciendo hasta comienzos de la década del 60 con altibajos y variaciones. Durante este tiempo, Marx y Engels mantuvieron relaciones escasas o conflictivas con las asociaciones gremiales existentes. Tal el caso, por ejemplo, de la primera asociación sindical alemana, la Fraternidad General de Obreros Alemanes (Allgemeinen deutschen Arbeiter-Verbrüderung), Fundada por Stephen Born (1824-1898) en 1848. La organización creció rápidamente y contó en un corto lapso con la incorporación de 170 asociaciones locales. El sindicato de obreros del cigarro se sumó a ella. En sus memorias, Born escribió: “[...] las ideas comunistas aparecieron de pronto totalmente divorciarlas de lo que la realidad exigía [...]”. En un principio discípulo y admirador de Marx y Engels, Born tomó decididamente distancia de ellos argumentando que quería sentirse “libre de las especulaciones a largo plazo”.(2)

La relación más intensa de este tipo fue mantenida con los movimientos alemanes, donde la presencia de Lassalle fue una fuente de disgustos continuos. Lo mismo sucedió con otra asociación que había logrado cobrar cierta importancia: la Unión General de Trabajadores Alemanes (Allgemeiner Deutscher Arbeiterverein- ADAV), fundada en Leipzig en marzo de 1863 bajo la inspiración y conducción de Ferdinand Lassalle, quien redactó sus bases programáticas dándole las características de un partido obrero.(3)

Marx y Engels mantuvieron profundas diferencias con Lassalle, quien consideraba que los principales enemigos del partido obrero alemán eran los partidos liberales y que aquél debía formar una alianza con Bismarck contra éstos, al mismo tiempo que fundar cooperativas de producción apoyadas por el Estado.(4)

Si bien Engels y Marx conservaban su convicción teórica de que los sindicatos, al cohesionar a los obreros a través de la lucha política de carácter revolucionario, los casos concretos mencionados sugerían la posibilidad de organizaciones gremiales que tomaran un rumbo completamente distinto.

Después de las vicisitudes de las revoluciones y derrotas del año 1848, que llevaron a Marx y Engels primero a París y luego a Colonia, ambos terminaron refugiándose en Inglaterra -Marx en Londres y Engels en Manchester hasta 1870 y luego también en Londres-, donde pasaron el resto de su existencia, con algunos escasos viajes fuera de la isla.

Aun cuando el fracaso de los alzamientos de 1848 y otros posteriores había constituido un gran revés para sus expectativas revolucionarias, no por ello se desanimaron en sus propósitos. De acuerdo con las ideas que habían ido forjando en esos años, sintetizadas en el Manifiesto Comunista de 1848, esperaban que en el continente europeo se materializarían pronto revoluciones burguesas que eliminarían los resabios feudales que todavía persistían. Inglaterra, por su parte el país más avanzado industrialmente, debía ser el primero en abandonar el capitalismo.

El interés de ambos al instalarse en Inglaterra se dirigió inicialmente hacia los cartistas, un movimiento que había logrado amplio apoyo obrero en años anteriores, pero que había entrado en rápida decadencia después del fracaso de sus intentos de agitación popular en 1848.

Aunque el cartismo no profesaba ideas socialistas, Marx y Engels creían que estaría a la cabeza de los próximos alzamientos populares que seguramente provocaría la crisis económica que en algún momento debía desatarse.

Pero sus tentativas de acercamiento a este movimiento fueron poco exitosas. Los cartistas estaban, por un lado, hostilmente divididos entre sí. Por el otro, acogieron fríamente a los dos exiliados, rechazando la visión socialista que éstos propugnaban.(5) En Manchester, donde Engels había residido algunos años antes, el viejo fervor de algunos antiguos cartistas socialistas se había evaporado. Cuando Engels visitó a uno de ellos, el Dr. Watts, su decepción no pudo ser mayor. Escribió a Marx que lo había encontrado convertido

“...en un filisteo radical, que no se preocupa de otra cosa que del movimiento educacional, apoya la fuerza moral y ha aceptado como señor y maestro al señor Proudhon [...]. En el comité educacional se sienta fraternalmente junto a sus anteriormente rabiosos enemigos y deja que éstos le otorguen de tiempo en tiempo votos de aplauso por el apropiado discurso que pronuncia esa noche [...]”.(6)

De los decadentes líderes cartistas, el único que parecía ofrecer esperanzas era E. Jones y entre 1851 y 1854 Marx y Engels trataron de apoyar sus esfuerzos por coaligar a los obreros textiles. Jones propuso el establecimiento de un Parlamento del Trabajo, cuyo objeto inmediato sería recaudar fondos para los tejedores de Preston que estaban en huelga. Cuando el Parlamento del Trabajo se reunió en Manchester en marzo de 1854, amplió inmediatamente sus objetivos y se embarcó en un ambicioso proyecto que iba más allá del inicial de Jones de apoyo a los tejedores de Preston y a los tintoreros de Manchester y Salford. El nuevo plan contemplaba la creación de un fondo nacional destinado a financiar huelgas. El fondo se constituiría con aportes semanales de los sindicatos. Marx apoyó con entusiasmo estas ideas, pero el Parlamento del Trabajo resultó un fiasco completo.(7)

Por su parte E. Jones, ante el derrumbe del movimiento cartista, intentó ligarse al movimiento de reformas parlamentarías limitadas, de John Bright, lo que provocó la ira de Engels y de Marx. Este último escribió, al respecto:

“Nuestro amigo Ernest Jones se ha vendido decididamente (al precio más bajo posible) a la coterie de Bright. El asno se ha arruinado políticamente sin ninguna contrapartida comercial”.(8)

Engels, a su vez, se refirió a él, y en general al proletariado inglés, en una carta del 7 de octubre del mismo año, con un tono marcadamente pesimista:

“La historia de Jones es muy nauseabunda.[...] Después de esta historia uno casi debería creer que el movimiento proletario inglés en su vieja forma cartista tradicional debe perecer completamente, antes de que pueda desarrollarse una nueva forma de vida más capaz. Me parece [...] que el proletariado inglés se aburguesa de hecho cada vez más, de manera que ésta, la más burguesa de todas las naciones, parece finalmente querer poseer una aristocracia y un proletariado burgués junto a la burguesía. Para una nación que explota al mundo entero, esto es ciertamente apropiado de alguna manera. Aquí podrían ayudar un par de años fundamentalmente malos y éstos no parecen darse tan fácilmente desde el descubrimiento del oro”.(9)

Por último, en los años sesenta, el movimiento cartista se desmoronó en forma definitiva. Marx y Engels, en esas circunstancias, fueron convenciéndose paulatinamente de que en los obreros ingleses no existían ansias revolucionarias. Las cartas que intercambian durante esa época reflejan la desilusión de ambos. Marx, por ejemplo, escribía a su amigo en 1862:

“Lo que aún puede ser más dañino es el comportamiento de borregos de los obreros de Lancashire. Nunca se ha visto nada parecido en el mundo”.(10)

Y Engels a Marx, en abril de 1863:

“En lo que a las nuevas tareas se refiere no es éste [...] el momento más apropiado, cuando todas las energías revolucionarias de los proletarios ingleses están casi completamente evaporadas y el proletariado inglés se declara de acuerdo con cl dominio de la burguesía”.(11)

Pero su interés por los sindicatos se vio renovado hacia mediados de la década de 1860 a raíz de las expectativas que les produjeron nuevos acontecimientos en el movimiento obrero inglés. Cansados del cartismo, sus atenciones se dirigieron ahora a los dirigentes sindicales trade-unionistas, cuyo espíritu puramente gremialista los había disgustado hasta entonces. La fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) en septiembre de 1864 cristalizó este interés. La Asociación se constituyó por iniciativa de dirigentes obreros franceses e ingleses y a la reunión inaugural fue invitado Marx. Entre los miembros destacados de la Internacional se encontraban Applegarth, Odger y Coulson, quienes constituían en ese momento parte de los cinco miembros del Consejo de Sindicatos de Londres (London Trade Council). Éste prácticamente dirigía el movimiento obrero inglés, ya que en la capital tenían su asiento buena parte de los sindicatos nacionales. Pero la participación de estos dirigentes y de otros como Lucraft, Howell, Hales, etcétera, en la Primera Internacional fue sólo una de las muchas actividades políticas en las que se interesaron, ya que consideraban que había muchas reformas políticas que serían beneficiosas para las reivindicaciones sindicales en que estaban empañados. Entre ellas, la referida a la ampliación de la extensión del sufragio ocupaba un lugar principal.(12) Esta diferencia de puntos de vista y objetivos con Marx no tardaría en ponerse de manifiesto.

A pesar de que la vinculación de Marx con la fundación de la Primera Internacional fue casi casual, su entusiasmo por ella se desató inmediatamente. Marx conocía muy vagamente a los dirigentes obreros ingleses que lo invitaron a la reunión del 28 de septiembre de 1864 en la que se decidió el establecimiento de la Asociación, pero se sintió halagado y esperanzado por las Posibilidades que le ofrecía este nuevo contacto. Escribió a Weydemeyer (en Estados Unidos):

“Te envío al mismo tiempo por correo cuatro copias de un 'Mensaje' impreso, que fue escrito por mí. El recientemente constituido Comité Internacional de los Trabajadores, en cuyo nombre se publicó, no tiene poca importancia. Sus miembros ingleses son justamente, en su mayor parte, los jefes de las trade-unions de aquí, o sea, los verdaderos reyes de los obreros de Londres”.(13)

Tanto el “Mensaje Inaugural” -al que se refiere en la carta anterior- como el “Preámbulo” del estatuto de la Asociación fueron obra suya. Ambos escritos son un prototipo de espíritu de conciliación e intento de acomodar las distintas tendencias que predominaban en la organización. El mensaje debía conformar a los seguidores de Proudhon, Lassalle, Mazzini y a los sindicalistas ingleses. Estos últimos sólo estaban interesados en ganar sus huelgas, sin que les importara en absoluto su “rol histórico”.(14)

Todo este espíritu de acuerdo muestra la relevancia que adquiría en esos momentos para Marx la sección inglesa del movimiento que se lanzaba. El movimiento obrero inglés podía llegar a ser, en su imaginación, la palanca revolucionaria que esperaba con tanto ahínco. Escribió algunos meses después a Engels:

“El gran éxito de la ‘lnternational Association’ es éste: La Reform League es obra nuestra [se refiere al movimiento para extender el derecho de voto a más sufragantes]. En el comité más restricto de doce [seis hombres de clase media y seis obreros], los seis obreros son todos miembros de nuestro consejo [se refiere al Consejo de la Primera Internacional]. Hemos frustrado todos los intentos de la mediana burguesía de confundir a la clase obrera. El movimiento en las provincias depende esta vez totalmente de Londres [...]. Si tiene éxito esta reelectrificación del movimiento político de la clase obrera inglesa, entonces nuestra asociación habrá ya realizado más por la clase obrera europea, sin hacer ningún escándalo, de lo que sería posible de ninguna otra manera. Y todas las perspectivas existentes son de éxito”.(15)

El renovado interés de Marx por los sindicatos se reflejó también en una resolución especial de la Internacional sobre la cuestión. En dicha resolución se describía el surgimiento de los sindicatos en el pasado como una manera de evitar rivalidades entre los obreros. Pero esta utilidad inicial para defender el salario era sólo el primer paso de un sendero que llevaría a un cambio fundamental de la organización social:

“Si los sindicatos son indispensables para los combates diarios entre el capital y el trabajo, son aun mucho más importantes en tanto que aparatos organizados para apresurar la abolición del sistema mismo del salario”. (16)

En el presente, los sindicatos estaban enfrascados “de una manera demasiado exclusiva” en

“[...] las luchas locales e inmediatas contra el capital. Todavía no han visto sus posibilidades de fuerza ofensiva contra el sistema de esclavitud de los salarios y contra el modo de producción actual. Por eso se han quedado demasiado aparte de los movimientos sociales y políticos generales”.

Para el futuro, los sindicatos debían

“[...] trabajar de manera más consciente como centros de organización de la clase obrera en vista de su emancipación completa. Es preciso que sostengan todo movimiento social y político que tenga ese fin”.

La resolución proponía además

“[...]prestar la mayor atención y cuidado a la defensa de los intereses de las capas obreras peor pagadas, por ejemplo, los obreros agrícolas [...]. Es preciso que los sindicatos inculquen al mundo entero la convicción de que sus esfuerzos, bien lejos de ser egoístas e interesados, por el contrario tienen como fin la emancipación de la; masas sojuzgadas”.(17)

Estas propuestas muestran que Engels y Marx esperaban la transformación rápida de la actividad sindical en acción política independiente. El viejo movimiento cartista inglés de la década del 30 era en cierta medida su modelo y esperaban revivir su estilo a través de la influencia de la Primera Internacional. De su correspondencia y de sus actividades surge con fuerte relieve que ambos consideraban que la articulación fundamental del movimiento político que propugnaban descansaba en la transformación creciente de la acción sindical de las trade-unions inglesas en acción política. Por esta razón, Marx se opuso a la constitución -dentro de la Internacional- de un consejo regional inglés que atendiera independientemente las cuestiones británicas, como existía para otros países. Prefería que el Consejo General, donde su influencia era directa, se ocupara de la relación con el movimiento obrero inglés de manera que sus ideas lograran predominar en él. En la comunicación privada del Consejo General de la Primera Internacional del 1 de enero de 1870, redactada por Marx, se subrayó la cuestión sin dejar lugar a dudas. Algunos párrafos son elocuentes:

“Aunque la iniciativa revolucionaria partirá probablemente de Francia, tan solo Inglaterra puede servir de palanca de una revolución verdaderamente económica. Es el único país en que no existen ya campesinos [...]. El único país en que la lucha de clases y la organización de la clase obrera en trade-unions han alcanzado cierto nivel de madurez y universalidad: dada su dominación del mercado mundial, el único país en que cualquier cambio de carácter económico se reflejará inmediatamente en todo el mundo [...]. Puesto que el Consejo General dispone actualmente de la posibilidad de echar mano directamente a la gran palanca de la revolución proletaria, qué locura, diremos qué crimen, incluso, es abandonarla a manos exclusivamente inglesas.


Los ingleses poseen la materia necesaria para la revolución social. Lo que les falta es el espíritu generalizador y la pasión revolucionaria. Sólo el Consejo General puede infundírselos acelerando de esta forma el movimiento verdaderamente revolucionario en este país, y por consiguiente en todos [...].


Inglaterra no debe ser tratada simplemente como un país igual que los otros. Hay que tratarla como la metrópoli del capital”.(18)

Los documentos privados de ambos, durante esa época, expresan convicciones parecidas. Por ejemplo, la carta de Marx a Engels del 7 de julio de 1866:

“Las manifestaciones obreras londinenses, fabulosas en comparación con lo que hemos visto hasta ahora en Inglaterra desde 1849, son obra pura de la 'Internacional'. Mr. Lucraft, antes que nadie el capitán de Trafalgar Square, es Uno de los de nuestro consejo. Aquí se nota, cuando se actúa tras las bambalinas y públicamente se desaparece, la diferencia con el estilo de los demócratas, que se hacen importantes en público para no hacer nada en la realidad”.(19)

Otra carta del 11 de septiembre de 1867, también de Marx a Engels, es todavía más elocuente:

“Mientras tanto nuestra sociedad ha hecho grandes progresos [...] y para la próxima revolución, que quizás está más cerca de lo que aparenta, tenemos nosotros (es decir tú y yo) esta poderosa máquina en nuestras manos. Compara esto con los resultados de las operaciones de Mazzini, etcétera, desde hace treinta años. ¡Por otra parte, sin dinero! A pesar de las intrigas de los proudhonistas en París, de Mazzini en Italia y de los celos de Odgers, Cremer, Potter en Londres, a pesar de los Schulse-Delitzsch y los lassallianos en Alemania ¡podemos estar contentos!” (20)

Otra carta anterior de Marx a Kugelman, del 29 de noviembre de 1864, expresaba consideraciones parecidas:

“La Asociación [...] es importante porque los jefes de las trade-unions de Londres están allí”.(21)

En otra al mismo Kugelman, del 23 de febrero de 1865, dice:

“Ve usted [...] por qué en este momento nada puedo hacer en Prusia [...]. Yo prefiero cien veces más mi agitación aquí, a través de la 'Asociación Internacional'. La influencia sobre el proletariado inglés es directa y de la más alta importancia”. (22)

Pero estas expectativas y entusiasmos se fueron apagando progresivamente, ya que los dirigentes sindicales ingleses no vieron en la Internacional más que un instrumento para adelantar sus propias demandas políticas. Contrariamente a lo que creía Marx, el mismo éxito de la Internacional se vislumbraba como causa de su debilidad creciente. A medida que se obtenían las franquicias políticas y las leyes que ambicionaban los dirigentes sindicales, buena parte de las cuales se promulgaron entre 1867 y 1871, disminuía su interés por la Asociación. Después de 1868 las afiliaciones de sindicatos ingleses se detuvieron y a partir de ese momento comenzó una tendencia contraria.(23)

En consecuencia, Engels y Marx se fueron disgustando cada vez más con los jefes sindicalistas ingleses. Los denuestos y referencias despectivas comenzaron a arreciar en sus cartas. Ya hemos visto cómo en 1867 -en carta a Engels, del 11 de noviembre- Marx menciona la "envidia de Odger". En otra carta a Johann Philip Becker, del 31 de agosto de 1866, refiriéndose a Odger y a Cremer -dirigente obrero de los carpinteros- decía:

“[Odger] no ha hecho nada por la sociedad. Cremer y Odger han tendido una intriga muy vil para impedir [...] el viaje de Jung y Eccarius. [Marx se refiere a los preparativos del Congreso Internacional de Ginebra. Jung y Eccarius eran en ese momento partidarios suyos] [...]. Ambos, Cremer y Odger, nos han traicionado en la Reform League [...]. [Cremer] solo busca un puesto 'remunerado' [en la Internacional] para no tener que trabajar”.(24)

La culminación de estas relaciones críticas ocurrió a raíz de la insurrección y formación de la Comuna de París, en marzo de 1871, durante la guerra franco-prusiana. El Consejo General de la internacional no apoyó inicialmente la insurrección e incluso la desaconsejó. En una carta a Engels del 6 de septiembre de 1870, dice Marx:

“[...] toda la sección francesa [de la Internacional] se dirige hoy hacia París para cometer tonterías en nombre de la Internacional. Quieren derrocar al gobierno provisional, establecer la comuna de París”.(25)

Pero a partir del 18 de marzo, día de la instalación del gobierno de la comuna, el Consejo General de Londres siguió con simpatía su evolución, aunque los "internacionales" eran una minoría dentro de su consejo y ocupaban posiciones secundarias. Finalmente, a través de la obra que escribió con motivo de esta insurrección -La guerra civil en Francia- y que el Consejo General publicó como llamamiento, presentó a la comuna como la primera experiencia de una sociedad nueva.

Los sindicalistas ingleses, en cambio, mostraron poca simpatía por la comuna y a raíz de la publicación de La guerra civil en Francia, Lucraft y Odger exigieron que se borraran sus nombres de los firmantes del documento y renunciaron al Consejo General. A raíz de esto, Engels escribió a Cafiero, en Italia:

“[...] dos miembros ingleses, que se habían hecho muy íntimos de la burguesía, encontraron que nuestro mensaje sobre la guerra civil era demasiado fuerte y renunciaron. En su lugar, hemos ganado cuatro ingleses y un irlandés y nos consideramos aquí en Inglaterra más fuertes de lo que éramos antes de perder estos dos renegados”.(26)

El episodio de la comuna, si bien no fue el origen del distanciamiento de los sindicatos de la Internacional, lo aceleró acentuadamente. La formación de un Consejo Federal Inglés en la Conferencia de Londres -de la Internacional de 1871- fue el índice de este distanciamiento.(27) Pero para Engels y Marx la indiferencia y hostilidad de las trade-unions respecto de la comuna fue una desilusión profunda y a partir de esa época comenzaron declaraciones virulentas y despectivas de ambos respecto de dirigentes y obreros, tanto ingleses como de otros países. Por ejemplo, en la sesión del Consejo General de la Internacional del 8 de agosto de 1871, Engels expresó:

“En Inglaterra la clase obrera se ha comportado de manera vergonzosa mientras los parisienses arriesgaban sus vidas”.(28)

Marx tuvo expresiones parecidas, acusando a los dirigentes obreros ingleses de "estar vendidos".(29)

Por otra parte, a partir de 1871- época de la Conferencia de Londres- la caída de la Internacional fue rápida y el predicamento de los marxistas entre los militantes obreros y dirigentes, con la excepción de Alemania, decayó precipitadamente.

Anarquistas por un lado y trade-unionistas por otro, quitaron a Engels y a Marx todo el ascendiente que parecían haber conseguido en los años anteriores. La resolución del Congreso de La Haya, que trasladó la sede de la Internacional a Nueva York, conseguida por Marx gracias a una mayoría más formal que sustantiva, fue prácticamente el fin de la Asociación, si bien la resolución que la autodisolvió fue tomada en 1876.

Engels y Marx vieron además cómo la mayor parte de sus seguidores dentro del movimiento obrero se pasaban a otras filas. Hombres como Eccarius, Jung, Roach, sus baluartes hasta poco tiempo antes, formaron parte de los secesionistas. Ninguno de los dos ahorró palabras de desprecio para ellos.

En carta a Friedrich Bolte, no vaciló Marx en calificar a Eccarius de "siervo a sueldo del Times". De Jung agregó:

"El discurso de Jung en el congreso [se refiere al congreso de la Federación Inglesa de la Internacional, celebrado en Londres el 26 de enero de 1873] sobrepasa a todos en necedad e infamia. Es un viejo tejido chismoso de mentiras, tergiversaciones e imbecilidades".(30)

En general, las apreciaciones de ambos respecto de los líderes sindicales fueron, a partir de 1871,invariablemente muy duras. En el Congreso de la Internacional en Holanda, Marx dijo que los dirigentes sindicales ingleses estaban todos a sueldo de Disraeli o Gladstone.(31) Más todavía, Marx englobó a todos los Obreros ingleses en una apreciación similar. Escribió a Liebknecht en 1878:

"La clase obrera inglesa se fue desmoralizando cada vez más profundamente y par fin llegó tan lejos que se constituyó en la cola del gran partido liberal, es decir, en su siervo [...]. Su conducción había pasado totalmente a las manos de los venales dirigentes de las trade-unions y de los agitadores de los oficios. Estos pillos gritan y aúllan in majorem gloriam del Zar liberador de pueblos, tras Gladstone, Bright [...] ¡los miserables!"(32)

Engels, por su parte, refiriéndose a Alexander Macdonald y Thomas Burt, dirigentes de los mineros, escribió al mismo tiempo a Liebknecht:

"Macdonald es el más canalla de los dos, pero tiene profundas relaciones oficiales con los obreros de las minas".(33)

Pareció lógico, en estas circunstancias, que la atención se dirigiera hacia Alemania. Allí contaban con dos hombres que se manifestaban partidarios de ellos: August Bebel (1840-1913) y el propio Wilhelm Liebknecht (1826-1900). El primero era de origen artesano, mientras que Liebknecht pertenecía a una familia de funcionarios y eruditos y él mismo había estudiado teología, filosofía y filología. Después de diversas actividades preparatorias, ambos habían fundado en 1869, en Eisenach, junto a algunos lassallianos que se habían separado de esa corriente, el Partido del Trabajo Socialdemócrata (Sozialdemokratische Arbeiterpartei). El partido se había constituido sobre la base de agrupaciones obreras existentes.

De esta manera quedaba establecido un segundo partido obrero -el anterior había sido de Lassalle-. La diferencia entre ambos no se refería especialmente a cuestiones socio-económicas sino más bien nacionales. Los lassallianos eran proprusianos y “pequeños alemanes”, en tanto los de Eisenach eran anti-prusianos y propiciaban la “gran Alemania”. Ninguno de los dos partidos se dio un programa que pudiera ser denominado revolucionario y socialista, en el sentido que Engels y Marx daban al término.(34)

Aunque muchas veces Marx entrevió la posibilidad de un tránsito pacífico hacia el socialismo, fue evidente que sus simpatías se inclinaban hacia un sindicalismo combativo que tuviera como primordial objetivo la revolución social. En un discurso que pronunció en Amsterdam, después del Congreso de la Internacional en 1872, dijo que era posible que en algunos países tales como Estados Unidos o Inglaterra los obreros alcanzaran sus objetivos por medios pacíficos. Y agregó:

"[...] pero debemos reconocer que en la mayor parte de los países del continente la fuerza debe ser la palanca de nuestra revolución; a su debido momento será necesario recurrir a la fuerza para el establecimiento final del gobierno de los trabajadores".(35)

Tanto los lassallianos como los de Eisenach adhirieron a la Primera Internacional. Sin embargo, Marx y Engels –durante el lapso que transcurrió hasta la muerte del primero, en 1883- mostraron grandes dudas sobre las actividades de sus seguidores en Alemania. En ellas, éstos se guiaron mucho más por los requerimientos políticos locales que por las enseñanzas de Marx. Cuando en 1875 los dos partidos obreros se unificaron en el Congreso de Gotha, Marx y Engels atacaron con dureza la plataforma del nuevo partido unificado, en un comentario acerbamente crítico que más tarde fue publicado bajo el titulo de Crítica del Programa de Gotha.

En una carta de Engels a Bebel de marzo de 1875, aquél se explayó con irritación sobre el disgusto que le ocasionaba el proyecto del acuerdo a sancionarse en el congreso que se reuniría en mayo de ese mismo año:

“Nuestro partido ofreció tantas veces la mano conciliatoria a los lassallianos [...] y fue tantas veces desdeñosamente rechazado que cualquier niño puede extraer la conclusión: cuando estos señores ahora vienen por propia iniciativa y piden reconciliación, es porque deben encontrarse en endemoniados apuros [...]. Dado el carácter de esa gente, es nuestro deber aprovechar esos apuros [...]. Deberíamos mostramos fríos y desconfiados, y hacer depender la unión de [...] su disposición a dejar de lado sus slogans sectarios y su ayuda estatal y en esencia aceptar el programa de Eisenach de 1869 [...].[Si se acepta el resto del programa] se repudia el principio de internacionalidad del movimiento obrero [...] en caso de que [este programa] fuera aceptado, ni Marx ni yo podríamos jamás declararnos partidarios [...] de este nuevo partido y deberemos reflexionar muy seriamente qué posición adoptaremos -aun pública- frente a él".(36)

A pesar de todas estas criticas, el programa fue adoptado con modificaciones muy secundarias.

Después de los acontecimientos de 1872, el interés de Engels y de Marx por la política activa decayó fuertemente. Las esperanzas que habían cifrado en el movimiento obrero inglés habían terminado en una frustración completa y en la práctica la Primera Internacional había tenido que disolverse.

El desánimo de ambos se acrecentó durante un largo lapso, que cubrió más o menos los últimos años de la vida de Marx. La opinión que les merecía a ambos el movimiento obrero inglés se reflejó en una carta de Engels a Bernstein, respondiendo a otra anterior en la cual este último solicitaba un articulo sobre la situación del movimiento socialista o bien sobre el movimiento obrero en Inglaterra, para un anuario -Jahrbuch für Sozialwissenschaft- sobre el tema en diversos países. Le contestó Engels:

"El movimiento obrero inglés gira desde hace una serie de años en un estrecho círculo sin salida de huelgas por salarios y acortamiento de jornada de trabajo, y ciertamente no como expediente profesional y medio de propaganda y organización, sino como fin último. Las trade-unions excluyen hasta ahora por principio y estatutariamente toda acción política y con ello la participación en toda actividad de la clase obrera como clase.


Los obreros se dividen políticamente en conservadores y liberal-radicales, en partidarios del ministerio de Disraeli (Beaconsfield) y en partidarios de1 ministerio de Gladstone. Puede aquí, por lo tanto, hablarse de un movimiento obrero, sólo en cuanto se hable de cómo andan las huelgas que, victoriosas o no, no hacen avanzar el movimiento un solo paso. Tales huelgas [...] mediante las cuales la clase obrera no adelanta para elevarse a combates de importancia histórica mundial,[...] sólo pueden hacer daño [...]. No puede silenciarse que en este momento no existe aquí un verdadero movimiento obrero en sentido continental [...]".(37)

Tampoco se mostraban interesados en revivir asociaciones internacionales. En 1877 se llevaron a cabo dos congresos internacionales obreros. El primero de ellos se reunió en Verviens y en él participaron sólo los anarquistas. El segundo se realizó en Gante y atrajo delegaciones de socialistas y anarquistas, aunque estos últimos estaban en minoría. Entre varias resoluciones, durante esta reunión se expresó el deseo de que las asociaciones se reunieran en un congreso internacional y se resolvió además el establecimiento de una oficina permanente de enlace.(38) Engels y Marx fueron invitados al congreso de Gante, pero se excusaron de asistir. Engels le escribió a Liebknecht respondiendo a su invitación:

“[...] ciertamente que no iremos a Gante. ¿Qué sentido tendría si no habernos retirado de la actividad política después de La Haya ?”(39)

Sin embargo, a comienzos del 80 comenzaron a desarrollarse en Inglaterra varios movimientos favorables al socialismo. No surgieron, paradójicamente, gracias a la influencia de los exiliados socialistas como Marx o Engels, sino a través de caminos muy peculiares a la idiosincrasia inglesa. Una figura importante en esta dirección fue la de Henry George, que publicó en 1879 en los Estados Unidos su libro Progreso y miseria. Al año siguiente se publicó en Inglaterra, donde su éxito fue masivo, ya que se editaron más de 100.000 ejemplares. Su tesis antilatifundista conmovió a grandes sectores de la opinión pública y particularmente a intelectuales y dirigentes obreros, como Bernard Shaw, H. H. Champion, H. M. Hyndman, Sidney Webb y Beatrice Potter. Si bien las tesis del libro no eran socialistas, despertó una sensibilización a los contrastes sociales. Beatrice Webb (neé Potter), destaca en su libro My Apprenticeship “la conciencia del pecado” que acumuló sobre el espíritu de gente como ella:

“No quiero decir la conciencia del pecado personal [...] era una conciencia colectiva [...]que llevaba a la convicción de que la organización industrial, que había dado rentas, intereses y ganancias de una escala estupenda, no había logrado proveer una vida decente y condiciones tolerables para la mayoría de los habitantes de Gran Bretaña".(40)

De esta agitación de sentimientos surgió en 1881 la Federación Democrática, que atrajo a liberales de izquierda y obreros. Entre los liberales estaba Hyndman, quien con sus posiciones fuertemente críticas hacia Gladstone y sus tendencias decididamente socialistas alejó a otros miembros liberales. En 1883, elegido presidente, la convirtió en una asociación puramente socialista que en 1884 tomó el nombre de Federación Social Demócrata (Social Democratic Federation).

Hyndman había leído en 1881 El Capital de Marx en su traducción francesa, después de lo cual se había convertido al marxismo. Con entusiasmo escribió una versión popular de las concepciones de Marx en Inglaterra para todos, e intentó acercarse e interesar a éste en sus actividades políticas. Pero, en su libro, Hyndman omitió mencionar a Marx como creador de los puntos de vista que expresaba, lo que produjo en éste una reacción airada y originó su negativa cerrada a considerar un acercamiento con Hyndman y su Federación. En diciembre de 1881, escribía Marx a Sorge:

“[...] a comienzos de junio, un tal Hyndman [...] publicó un pequeño libro: England for All [...]. El capítulo sobre trabajo y capital consiste sólo en extractos literales [...] de El Capital, pero el tipo no da crédito ni al autor ni al libro [...]. Todos estos primorosos escritores de la clase media están [...] ávidos de utilizar inmediatamente cualquier nueva idea que les traiga algún viento favorable, para obtener dinero, nombre o capital político".(41)

El desagrado de Marx fue compartido por Engels, que no depuso jamás su aversión profunda por Hyndman ni por su Social Democratic Federation. Esta sociedad logró en 1884 la adhesión de varias personalidades, entre otras la de William Morris, famoso artista y poeta, creador entre otras cosas del estilo "Liberty" en decoración. Eleanor Marx (“Tussy”), la menor de las hijas de Marx y quizá su preferida, también se afilió a la Federación.

Esto alteró poco las opiniones de Engels sobre la organización, a pesar de sus fuertes lazos afectivos con Eleanor Marx. Escribió a Sorge:

"Por sobre todo no debe aceptarse sin más como de buena fe a la Democratic Federation [pues] hay en ella toda clase de elementos dudosos. Hyndman, que juega el papel de jefe de partido in partibus infidelium, es un ambicioso bastante inescrupuloso y todavía no hace pocos años candidato parlamentario conservador fracasado [...] yo me mantengo alejado de la Democratic Federation".(42)

Pero ya en diciembre de 1884 un grupo reducido aunque importante de gente se separó del partido, entre ellos William Morris, Eleanor Marx y Edward Aveling. El hecho colmó de alegría a Engels, quien había pronosticado que el rompimiento era inevitable. Escribió a Bernstein:

“Finalmente, el martes pasado llegó el momento crítico, Hyndman fue atacado desde todos lados [...]. Antes de la sesión me vinieron a ver Morris y Aveling; yo pude aconsejarles sólo una cosa [...]. Como consecuencia, se retiró la mayoría de la Federación [...] porque [...] sobre todo la Federación entera no es más que una estafa. Ahora se operará de acuerdo con las fuerzas disponibles, y no se actuará más como si el proletariado inglés estuviera dispuesto a acudir, toda vez que algunos literatos se inclinen hacia el socialismo y toquen el clarín [...].


Tengo la satisfacción de haber visto claramente desde el principio esta estafa absoluta, haber juzgado correctamente a la gente y haber predicho el final de antemano, así como que esta estafa, en balance final, dañaría más de lo que seria útil".

Las malas relaciones de Engels con la Social Democratic Federation no fueron un acontecimiento excepcional en su vida en Inglaterra. En realidad, se llevó mal prácticamente con todos los movimientos socialistas y obreros del país, aunque hubo momentos en que puso tímidas esperanzas, sobre todo durante los pasos iniciales de algunos de ellos.

Engels quizá basó sus simpatías políticas en Inglaterra, después de la muerte de Marx, más en afectos personales que en otra cosa. Desde ese momento, su preocupación relevante se dirigió hacia la familia de aquél, especialmente hacia sus dos hijas menores, Eleanor y Laura.

Eleanor, una persona con gran inestabilidad psíquica, convivía con Edward Aveling, un médico que había abrazado primero la carrera teatral y luego la política. Edward Aveling era separado pero no se había divorciado de su mujer.

Engels extendió su afecto a Aveling. Desafortunadamente, éste era un hombre de pocos escrúpulos y pronto comenzaron a correr versiones, avaladas por hechos, en el sentido de que Aveling utilizaba los fondos de las organizaciones en provecho propio o directamente se quedaba con ellos.(43)

Hyndman lo acusó reiteradamente de esa práctica, pero Engels lo atribuyó siempre a maledicencias y a veces también a la bohemia y el descuido del estilo personal de vida de Aveling.

La actividad política en Inglaterra, por lo tanto, resultó una permanente fuente de disgustos para Engels, fuera por las actividades socialistas o por las de los gremialistas. Solamente mostró simpatías por aquellas en las cuales participaron Eleanor Marx y Aveling. Creyó incluso, en algún momento, que de las actividades de Eleanor emergería finalmente el partido marxista obrero que anhelaba.

Este partido debía tener sus raíces en los sindicatos obreros, pero elevar sus miras políticas por encima de los intereses de éstos. Los sindicatos, a su vez, debían subordinarse al partido. En una serie de artículos escritos en 1881 Engels había expuesto claramente su concepción con motivo de la extensión del sufragio en Inglaterra:

“Directamente estas medidas [las de extensión del sufragio] abren nuevas perspectivas para la clase obrera [...] ella está en condiciones de llevar adelante su lucha con el capital con nuevas armas, en tanto que incorpora al parlamento gente de su propia clase. Debemos decir, lamentablemente, que las trade-unions aquí han olvidado su deber como vanguardia de la clase obrera. Las nuevas armas están hace ya más de diez años en sus manos, pero ellas casi no las han sacado de la vaina.[...] Es completamente antinatural que la clase obrera inglesa [...] se haga representar por capitalistas o sus peones, como abogados, redactores, etc. [...] el presente movimiento, exclusivamente por mayores salarios y jornadas de trabajo más cortas, desemboca en un círculo vicioso, del cual no hay escape [...] el mal funcionamiento no se debe a los bajos salarios. Una vez que este condimento se extienda en la clase obrera, la posición de las trade-unions cambiará esencialmente. No gozarán más del privilegio de ser la única organización de la clase obrera. Junto a las asociaciones en los ramos industriales individuales o sobre ellas, debe erigirse una asociación general, una organización política de la clase trabajadora como un todo [...]. No hay ningún poder en el mundo capaz de resistir a la clase obrera inglesa, cuando ésta se organice en su totalidad".(44)

Esta posibilidad pareció darse con motivo de las agitaciones del East End en Londres entre obreros no calificados, agitaciones que ya habían sido anticipadas por otras, fuera del área metropolitana. Este movimiento de agremiación, bautizado como el “Nuevo Unionismo”, abarcó a obreros que hasta ese momento se habían mantenido fuera de toda organización o que, si bien habían tenido una incipiente organización durante el boom de la década del 70, aquélla había desaparecido sin dejar rastros. La ola asociativa incluyó a los portuarios, los obreros del gas, los navales, los metalúrgicos, los ferroviarios. También interesó con bastante intensidad a los empleados de comercio, oficinistas y maestros.

El viejo unionismo vio con escepticismo este movimiento y previó su rápida desaparición, ya que sus estructuras sindicales eran débiles y no contaban con fondos fraternales como para sostener a sus afiliados en momentos de crisis.(45)

En marzo de 1889, Will Thome, obrero del gas, comenzó a organizar un sindicato entre sus compañeros de trabajo. Casi analfabeto él mismo, pertenecía a la Social Democratic Federation y recibió gran apoyo en las tareas administrativas por parte de Eleanor Marx, así como de otras personas como Annie Besant, de tendencias espiritualistas.

Will Thome, por otra parte, tenía un estilo impetuoso que se acomodaba muy bien con las aspiraciones de Engels.(46)

Éste se entusiasmó con la situación, en la que veía que un estilo combativo de sindicalismo se combinaba con la participación de un puntal del marxismo, representado por una persona que le era tan afecta como Eleanor Marx.

Con motivo de unos incidentes muy violentos en Leeds en los cuales participó Will Thome, Engels le envió de regalo un ejemplar de El Capital de Marx con la dedicatoria: “Al vencedor de la batalla de Leeds”. (47)

Los “nuevos unionistas” tenían además otra característica que era muy apreciada por Engels: en su reclutamiento no se ceñían a un sector determinado de trabajo, sino que aceptaban obreros de cualquier actividad. Esto quedaba subrayado en los nombres de sus organismos, los cuales incluían siempre la palabra “general” -por ejemplo, el sindicato de portuarios denominado Dock, Wharf, River End and General Labourers Union.

La opinión de los viejos unionistas acerca de que el nuevo unionismo no tenía probabilidades de sobrevivir se vio parcialmente confirmada por los hechos, aunque no del todo. En rigor, “algunas desaparecieron pero otros sobrevivieron, si bien adaptándose cada vez más a los procedimientos de los antiguos”.(48)

Las opiniones de Engels sobre el nuevo unionismo están reflejadas en un artículo que escribió para el Arbeiter-Zeitung, órgano de la Social Democracia austríaca, en 1890:

“A comienzos del año pasado, el barrio obrero más grande y miserable del mundo, el East End de Londres, se puso paulatinamente en movimiento. El 1 de abril de 1889 se fundó el Sindicato de Obreros del Gas y Obreros en General (Gas Workers and General Labourers Union); Cuenta hoy con más de 100.000 afiliados. Fundamentalmente gracias a la colaboración de esta asociación coparticipada (muchos son obreros del gas en invierno y portuarios en verano) se puso en marcha la gran huelga portuaria y se sacudieron los sedimentos más bajos de los trabajadores del extremo este de Londres de su empantanamiento. Ahora se incorporan bajo estos mismos la mayoría de los obreros no calificados de una rama tras otra, mientras que las que existían hasta ahora a duras penas se están desarrollando rápidamente. La diferencia entre estas nuevas trade-unions y las viejas era sin embargo muy grande. Las viejas, las que abarcan a los trabajadores 'calificados', son exclusivas, excluyen a todos los trabajadores no calificados y se crean así ellas mismas una competencia no gremial; son ricas, pero cuanto más ricas, terminan por ser nada más que simples cajas de enfermedad y fallecimiento; son conservadoras y se sacan el socialismo de encima, mientras puedan. Los nuevos 'no calificados' admiten a todos los compañeros operarios; son esencialmente, y los obreros del gas hasta ahora casi en forma exclusiva, asociaciones de huelga y cajas de huelga; y aunque, hombre por hombre, no son socialistas, quieren absolutamente como dirigentes sólo a socialistas y a nadie más. La propaganda socialista fue activa en el East End desde hace varios años y aquí fueron especialmente la señora Eleanor Marx-Aveling y su marido, Edward Aveling, quienes en los 'clubs radicales' constituidos casi exclusivamente por obreros descubrieron el mejor campo de propaganda y trabajaron de manera sostenida en ellos, con el mejor de los éxitos, como ahora se ha demostrado. Durante la huelga portuaria fue la señora Aveling una de las tres mujeres que se ocuparon de la distribución de los auxilios y gracias al señor Hyndman, el de Trafalgar Square, fueron calumniadas porque habían retirado para sí tres libras esterlinas por semana del fondo de huelga. La huelga en Silvertown, así como la del East End del invierno anterior, fue dirigida por la señora Aveling y casi únicamente por ella, y ella representó en el campo de los obreros del gas una de las secciones obreras femeninas fundada por ella misma.

Los obreros del gas habían ganado aquí en Londres, en el otoño pasado, las ocho horas de trabajo, pero las habían perdido nuevamente en la zona sur de la ciudad en una huelga desafortunada, y recibido pruebas suficientes de que esta conquista tampoco estaba asegurada de ninguna manera en la zona norte de Londres. ¿Cómo podrá asombrar, entonces, que ellos gustosamente aceptaran la propuesta de la señora Aveling de introducir en Londres la celebración del Primero de Mayo en favor de las ocho horas legales de trabajo decidida por el Congreso de París? En conjunto con algunos grupos socialistas, los clubes radicales y las otras trade-unions en el East End, se estableció un comité central que debería organizar una gran demostración con ese fin en Hyde Park. Como resulta evidente que toda tentativa de realizar esta manifestación el jueves 1 de mayo iba necesariamente a fracasar en este año, se decidió trasladarla al domingo 4 de mayo.


Para que en lo posible participaran en ella todos los obreros de Londres, invitó al Comité Central y, con imparcialidad ingenua, también al London Trades Council. Este es un cuerpo compuesto por los delegados de las trade-unions de Londres y, ciertamente, en su mayoría por los viejos sindicatos calificados, en los cuales, como era de esperar, por el momento todavía los elementos antisocialistas tienen la mayoría. El Trades Council vio que el movimiento por la jornada de trabajo de ocho horas amenazaba con crecer por encima de sus cabezas. Las viejas trade-unions están también en favor de una jornada de trabajo de ocho horas, pero no en favor de una sancionada por la ley. Por jornada de ocho horas entienden ellos que se pague por ocho horas de trabajo el jornal normal -tanto por hora-, pero que se permita trabajar cualquier cantidad de horas extras por día, siempre que se pague más por cada hora extra, digamos una vez y media o dos horas comunes. Se trataba entonces de conducir la manifestación en las aguas de estas reivindicaciones por concertaciones 'libres', pero no como actos obligatorios del parlamento. Con este fin se unían el Trades Council con la Social Democratic Federation del antes mencionado señor Hyndman [...] y anunciaron una concentración en el parque [...] y ciertamente tras las espaldas del Comité Central".

A continuación, Engels describe los conflictos entre ambas concentraciones por dominar la escena y excluir a los otros, lo que había dado por resultado dos actos separados dentro de Hyde Park.

En la visión de Engels, el estilo de cada una de las concentraciones puso en evidencia qué se podría esperar en el futuro de cada una de las organizaciones que las patrocinaban:

“Por un lado la inmovilidad, representada por las trade-unions, que todavía no se han liberado del espíritu gremial, y por una secta mezquina (la Social Democratic Federation), que se apoya en los afiliados más sórdidos; por el otro lado, el vivaz y libre movimiento del revitalizado proletariado inglés. Y las apariencias mostraron aun al más ciego dónde, en esta doble concentración, estaba la vida vigorosa y dónde el estancamiento”.(49)

Pero la conclusión más importante era que el proletariado inglés ocupaba, por fin, el lugar que se esperaba de él:

“Pero lo que los numerosos políticos burgueses que observaban la escena llevaron a su casa como efecto global fue la certeza de que el proletariado inglés, que por más de cuarenta años vivió entregado a ser la cola y la manada de electores del voluminoso Partido Liberal, por fin se ha despertado a una nueva vida y trato autónomos. Y sobre ello no puede quedar ninguna duda: el 4 de mayo de 1890 ha entrado la clase obrera inglesa en el gran ejército internacional. Y éste es un acontecimiento que hará época. El proletariado inglés posee la nación industrialmente más desarrollada y tiene además la más grande libertad política. Su largo sueño de invierno -consecuencia, por un lado, del Fracaso del movimiento cartista de 1836-1850, por el otro, de la expansión industrial colonial de 1848-1880- finalmente se ha roto. Los nietos de los viejos cartistas entran en la línea de batalla. Desde hace ocho años se han hecho sentir en la gran mesa, tan pronto aquí, tan pronto allá. Han surgido grupos socialistas, pero ninguno pudo elevarse por encima de la condición de secta, agitadores y presuntos jefes de partidos, entre ellos simples especulaciones y ambiciones sin escrúpulos, no dejaron nunca de ser oficiales sin soldados [...]. Esto se terminará pronto, así como se terminó en Alemania y Austria. El poderoso movimiento de masas llevará a su fin a todas estas sectas y grupitos [...] y en poco tiempo, como se espera, estará el ejército proletario inglés tan unido, tan bien organizado, tan decidido [...] y será saludado con alborozo por todos sus camaradas del continente y de América”.(50)

Este texto ilustra la evolución del pensamiento de Engels hasta ese momento. En primer lugar, centra las esperanzas del movimiento revolucionario en los obreros más atrasados, los no calificados, los que no tienen un oficio definido y buscan en el sindicato una organización para la huelga y el combate, en general. No es un mero giro retórico la insistencia del vocablo “ejército” en los escritos de Engels de esta época. Por ejemplo, afirmaba con referencia a Will Thome -el dirigente del gas- que había “combatido en dos batallas formales contra la policía y los dragones” y había obligado “a capitular a la municipalidad” de Leeds, y le manifestaba toda su admiración:

“Como viejo soldado puedo dar testimonio de que acerca del comandante de estas batallas, Will Thome, secretario general del sindicato, no encuentro la mínima crítica que hacer, ni sobre sus disposiciones estratégicas ni sobre sus tácticas”.(51)

Engels mantuvo hasta el final de sus días esta nostalgia por la lucha militar revolucionaria y nunca abandonó esa posibilidad de acción, a pesar de su estrecha vinculación con la Social Democracia alemana, cuya trayectoria contradecía en los hechos esta visión.

En segundo lugar, esperaba que estos nuevos sindicatos desplazarían casi completamente a los viejos en la conducción de las trade-unions. Engels siguió atentamente el desenvolvimiento de los congresos de aquéllas, esperanzándose con cada resolución que se acercaba a sus ideales y desencantándose con las que se oponían a ellos. En realidad, hasta su muerte fueron mucho mayores las segundas que las primeras.

Por otro lado, Engels se ocupa en detalle de la resolución del Congreso de París propugnando la jornada legal de ocho horas y dedicando a ello el 1 de Mayo en todos los países del mundo. Como se dijo, dicho congreso era el que había fundado la Segunda Internacional, en la que Engels desempeñó el destacado papel de prócer del Movimiento Socialista Internacional.

En cuanto a su ataque a las “sectas socialistas”, no dejó de arremeter contra ellas hasta el fin de sus días.

Entre ellas incluía la Social Democratic Federation –a la cual, paradójicamente, pertenecía su admirado Will Thome-, la Sociedad Fabiana y la Liga Socialista (Socialist League); esta última había sido fundada por el mencionado grupo que integraban William Morris, Eleanor Marx y otros, separado en 1884 de la Social Democratic Federation, que había caído luego en manos anarquistas. En 1893 se fundó otra organización, el Partido Laborista Independiente, y aunque Engels no lo atacó tan violentamente como a los otros, manifestó grandes dudas acerca de su futuro.

Es muy destacable el énfasis puesto por Engels al describir el rol que desempeñaron Eleanor Marx y Edward Aveling en el “despertar del East End”. Esto, sumado a los factores personales -de índole casi paternal- que lo determinaban, mostraba además la orfandad casi total de apoyo marxista en que se encontraba sumido el viejo dirigente. Las únicas personas de alguna estatura internacional en las que aceptaba confiar eran, realmente, Eleanor Marx y -por añadidura- su dudoso marido Aveling. Del resto, sólo había recibido ataques ideológicos, a pesar de sus declaraciones socialistas y de sus trabajos a favor de la causa.

Con respecto a los fabianos, el disgusto e irritación que le provocaban eran permanentes, La sociedad se había fundado en 1884, como emergente de una asociación ética existente: la “Fellowship of the New Life”. Un grupo de miembros acordó que “se formará una asociación cuyo fin último será la reconstrucción de la Sociedad de acuerdo con sus posibilidades morales más altas”.

De acuerdo con estos principios, esta implicaba que dicha reconstrucción debía ser socialista y por lo tanto la Sociedad Fabiana, que así fue bautizada, se constituyó en un organismo explícitamente socialista. Su nombre derivaba del general romano Fabio, que había derrotado a Aníbal, e indicaba por otra parte su concepción estratégica indirecta y paciente en la propagación de sus ideas. Su objetivo central era penetrar a los partidos políticos, a los sindicatos, a los intelectuales y, en general, a toda la sociedad y su cuerpo político con sus ideas, de manera que el tránsito hacia el socialismo se fuera cumpliendo aun sin una conciencia clara de que tal cosa estaba ocurriendo. Esto no significaba dejar de lado toda oportunidad en que pudiera actuarse expeditivamente. Frank Podmore, uno de los miembros fundadores, fue quien tuvo la idea del nombre, que fundamentó así:

“Para el momento apropiado hay que esperar, como hizo Fabio con mucha paciencia, en su guerra con Aníbal, aunque muchos censuraron sus demoras; pero cuando la hora llega, hay que golpear fuerte, como hizo Fabio, o tu espera habrá sido vana e infructuosa".(52)

Al grupo inicial de dirigentes -Podmore, E. R. Pease y Hubert Bland- se sumaron pronto Bernard Shaw, Annie Besant, Sidney Webb y Sidney Olivier, ambos jóvenes funcionarios en el Colonial Office. Para los fabianos, el capitalismo era un sistema ineficiente e injusto. Pero así como el feudalismo había sido dejado atrás por el capitalismo, de la misma manera -bajo el impacto del cambio tecnológico e institucional- la democracia y las presiones de la protesta obrera se transformarían, con el incremento de la intervención estatal y el desarrollo municipal, en una sociedad socialista.

Para Sidney Webb, todo aumento del control y la participación estatal era un paso hacia el socialismo.

Pero si bien los fabianos indudablemente habían recibido la influencia de Marx en su idea de la evolución histórica de la sociedad de un sistema a otro, tenían un pecado original que iba a ser imposible de superar, a los ojos de Engels. Consideraban que la concepción económica de Marx estaba equivocada y perimida, y se manifestaban entusiastas partidarios de las ideas marginalistas que conocían en la versión de Jevons. En esta visión, el valor de un bien estaba determinado por su escasez o abundancia relativa, y el efecto del desarrollo de la maquinaria sería crear una abundancia de mano de obra en el mercado; su valor marginal decaería y, por consiguiente, su precio, es decir, el salario.(53)

Engels criticó invariablemente esta posición. Una muestra de su opinión al respecto puede encontrarse en una carta escrita a Kautsky, quien mostraba cierta buena voluntad hacia ellos. En general, los socialdemócratas alemanes se mostraban reacios a sumarse a las críticas que los Aveling dirigían tanto a los fabianos como a la Social Democratic Federation. Kautsky, incluso, había suprimido algunos párrafos de un artículo escrito por ellos para Die Neue Zeit, por considerarlos demasiado agresivos.

Le escribió Engels al respecto:

"Si hubieras estado aquí en las últimas elecciones hablarías de otra manera de los fabianos. [...] ¿Qué hacen los fabianos, no éste o aquél, sino la Sociedad Fabiana en su conjunto? Ellos predican y practican la anexión de los obreros a los liberales y sucedió lo que era de esperar: los liberales les asignaron cuatro lugares imposibles de conquistar y los candidatos fabianos fracasaron con brillo [...]. Tú ves algo de incompleto en la Sociedad Fabiana. Por lo contrario, esta gente está demasiado completa: [...] ‘socialistas’ burgueses de diversos calibres, desde ambiciosos hasta socialistas emocionales y filántropos unidos sólo en el temor a la amenazante hegemonía de los obreros y dispuestos a ofrecer todo con tal de quebrar este peligro, a través de asegurar su propia dirección, la dirección a través de los ilustrados. Aunque ellos toleren en su consejo central un par de obreros, [...] esto no debería engañar a nadie.

Los medios de la Sociedad Fabiana son exactamente los mismos que los de la corrompida política parlamentaria: dinero, camarillas, empleos. Es decir, ingleses [...]. Esta gente siempre está hasta las orejas en las camarillas del Partido Liberal, tienen funcionarios partidarios liberales, como por ejemplo Sidney Webb, que por sobre todo es un típico y fidedigno político británico. Esta gente practica todo aquello contra lo que habría que prevenir a los obreros”.(54)

En términos análogos se refirió pocos días después a la influencia de las ideas marginalistas. En carta a Conrad Schmidt con motivo de un artículo de este último en Die Neue Zeit contra “las tendencias psicológicas en la nueva economía política”, le escribió:

“Su artículo en Die Neue Zeit me ha producido gran alegría; para aquí fue como mandado a hacer, ya que los jevonistas-mengerianos reinan malévolamente en la Sociedad Fabiana y miran con infinito desprecio desde sus alturas a las ya largamente perimidas doctrinas de Marx. Si hubiera aquí una revista donde publicarlo, lo haría traducir por Aveling [...] bajo mi supervisión. Esto, sin embargo, será muy difícil de hacer porque por ahora, no existe la revista”.(55)

También el entusiasmo de Engels por el East End y las nuevas posibilidades que ofrecía el “nuevo unionismo” para la formación del anhelado partido marxista flaqueó rápidamente. Junto a los obreros del gas, el sindicato portuario constituía la otra columna sobre la cual se constituiría dicho partido. Los dirigentes del sindicato del gas trataron de unificar la afiliación a ambos sindicatos, pero los portuarios se negaron a ello y delimitaron con precisión las condiciones de afiliación a su propio sindicato.

Engels, que todavía en febrero de 1891 hablaba con entusiasmo de ellos -“las dos trade-unions más odiadas, los portuarios y los obreros del gas ma-ne-ja-dos por Tussy [Eleanor Marx]”-,(56) en agosto de ese mismo año cambiaba completamente el tono con respecto a los portuarios:

“Los portuarios van por el camino de la ruina. Su huelga fue ganada sólo y únicamente gracias el entusiasmo enceguecedor de las £ 30.000 de Australia; ellos creen, sin embargo, que han hecho las cosas solos”.(57)

Y sigue:

“De hecho, no hicieron otra cosa que cometer error tras error, el último de ellos cerrar las listas [de afiliados], no aceptar ningún nuevo miembro, y por lo tanto ello mismos cultivar sus propios rompehuelgas. Luego se negaron a sindicarse con los obreros del gas. Muchos son portuarios en verano, obreros del gas en invierno. Los obreros del gas propusieron que el carnet como miembro de una de las unions sirviera para ambas en esta actividad oscilante.

¡Rechazado! Hasta, a pesar de ello, han aceptado los obreros del gas el carnet de portuarios, no sé cuánto tiempo lo seguirán haciendo. Además, gritan los portuarios contra la inmigración de extranjeros pobres [judíos rusos]. De sus líderes, Tom Mann es honrado, pero débil sin límites y a raíz de su nombramiento en la Royal Commission on Labour ha perdido la cabeza; Ben Tillet [otro dirigente] es un intrigante ambicioso. Ninguno tiene dinero, los afiliados decrecen en tropel, la disciplina ha desaparecido”.(58)

Durante sus últimos años, a Engels le preocupó particularmente la influencia que el ala derecha socialdemócrata había cobrado dentro del partido alemán. Este había crecido mucho a raíz de la incorporación de adherentes de ingresos medios y líderes de los sindicatos que abogaban por una política partidaria de reformas moderadas. Ante esta tendencia, Engels no perdió oportunidad de advertir con dureza a los líderes socialistas que el marxismo era un credo revolucionario que sostenía el derrocamiento del sistema capitalista en algún momento, si era necesario por la fuerza. Se sintió muy desilusionado, por lo tanto, cuando Bernstein cayó bajo la fascinación de los fabianos y cuando comprobó que Liebknecht -uno de los más leales sostenedores de las ideas de Marx- argumentó que el socialismo alemán debería introducirse en la senda de una estricta legalidad.

No sorprende, por lo tanto, que Engels y Liebknecht chocaran abiertamente, tal corno ocurrió en 1895, con motivo de la introducción que el primero acababa de escribir para la nueva edición de los artículos de Marx sobre la lucha de clases en Francia, considerados su “testamento político”.

En la versión alemana, Liebknecht seleccionó muy cuidadosamente los párrafos, de manera tal que parecía que Engels había dejado de abogar en ellos por la acción revolucionaria de los trabajadores. Engels escribió a Lafargue, al respecto:

“Liebknecht me jugó sucio. Tomó de mi introducción a los artículos de Marx sobre Francia 1848-51, sólo aquello que servía a su propósito de sustentar las tácticas de paz y no violencia a cualquier precio [...]. Yo predico este tipo de tácticas sólo para la ‘Alemania actual’ y esto incluso con algunas reservas. Para Francia, Bélgica, Italia, Austria, tales tácticas no serían aplicables en su totalidad y en cuanto a Alemania misma, se harán inaplicables en el futuro”. (59)

A pesar de esta concepción violenta del tránsito al socialismo en el fin de sus días, Engels confió en el triunfo final del socialismo en Alemania por vía legal. En 1893 se le preguntó en un reportaje si él esperaba ver con sus propios ojos la llegada de un gobierno socialista alemán, y respondió:

“¿Por qué no? Si el crecimiento de nuestro partido continúa en su ritmo habitual, podríamos alcanzar la mayoría entre 1900 y 1910”.(60)

En sus artículos sobre la historia del socialismo en Alemania, escritos en 1892, ya anticipaba este optimismo. Recordaba que, cuando se otorgó el voto en Alemania, el partido socialista sólo obtuvo dos representantes sobre 100.000 electores. En el presente se contaba con 35 representantes sobre 500.000. Asimismo, aun en 1867 los diputados del partido SD eran vistos “como extraterrestres” mientras en la actualidad eran percibidos como

“representantes de un poder al que pertenece el futuro”. [...] “Ese partido [la SD alemana] está hoy a punto de poder determinar, casi con matemática exactitud, el tiempo en que advendrá su dominación.”(61)

Reconocía, pese a todo, que el gobierno alemán mantenía firmemente las riendas del poder en sus manos, en particular a través del estricto control aduanero con el que

“encarece el pan y la carne del pobre, en beneficio del gran productor”.(62)

En la época de la redacción de estos artículos, aún su apoyo a Bebel y Liebknecht era amplio; éstos eran presentados como los verdaderos organizadores del partido obrero alemán, que en sus orígenes intentaron diferenciarse del lassallianismo predominante:

“En efecto: ¿pudo el lassallianismo puro, tal como se dio, satisfacer las reivindicaciones de la Nación, así como lo produjo El Manifiesto? No fue posible. Y pronto emergió así -gracias ante todo a los esfuerzos de Liebknecht y Bebel- un partido obrero que proclamó abiertamente los principios del Manifiesto de 1848”.(63)

En estos artículos, Engels alienta a los seguidores de la SD alemana indicando que su mayor fuerza no residía sólo en su número de electores, que seguía siendo por el momento no demasiado promisorio. En su opinión, el ejército alemán debía a esa altura estar totalmente “contaminado” de jóvenes socialistas, ya que “entre nosotros, se es elector recién a los 25 años, pero ya a los 20 se es soldado”.

Considerando que en esos días se contaba un soldado por cada cinco electores, su cálculo optimista le sugería que hacia 1900 el ejército pasaría a ser “de mayoritariamente prusiano a mayoritariamente socialista”.(64)

Resultan particularmente interesantes, en estos mismos escritos, sus opiniones acerca del conflicto entre Francia y Alemania por la cuestión alsaciana, así como acerca del “peligro ruso” tal como se lo percibía desde el costado alemán. Sin dejar de otorgar prioridad a los postulados socialistas, su animadversión por “el látigo del zarismo” lo lleva, incluso, a proclamar el apoyo de la SD alemana a la posible guerra de su país contra aquél:

“El zarismo ruso [es] enemigo de todo el pueblo occidental, incluyendo a su burguesía”.(65)

Y se extiende más adelante, avizorando el peligro de una guerra inminente en la que, sin duda, intervendrían tanto Francia y Alemania como Rusia, en diferentes alianzas:

“Si entre una Francia socialista y una Alemania socialista no puede erigirse ninguna cuestión ‘alsaciana-lorenesa’, el caso se liquidará en un santiamén. Sólo se trata de esperar unos diez años más [...].

El proletariado todo espera su liberación en Francia, Inglaterra, Alemania. ¿Podrían esperar un poco los patriotas de Alsacia-Lorena? ¿Debe un continente entero, a causa de su impaciencia, ser devastado y entregado al látigo del zarismo ¿Es digna semejante jugada? Se avanza hacia la guerra, que llevará devastación y pérdidas para ambos países [Francia y Alemania]. Desde el comienzo se percibe, además -bajo las alianzas- una hilera de traiciones mutuas, sobre todo dentro de las relaciones diplomáticas. Ni Francia ni Alemania provocarán abiertamente la lucha. En cambio Rusia, cubierta del peligro de una serie aniquiladora de derrotas en función de su situación económica y geográfica, la Rusia oficial, puede encontrar interés en una guerra terrible, más aun, trabajar directamente para ese fin.


Pero si el triunfo de los rusos sobre Alemania significa el aplazamiento del socialismo alemán, entonces, ¿cuál será, ante tal panorama, el deber de los socialistas alemanes? ¿Deberían dejar venir sobre ellos, pasivamente, los acontecimientos que sobre ellos mismos se abatirán? ¿Deberán entregar sin resistencia las posiciones por las que asumieron la responsabilidad ante el proletariado del mundo entero?


De ninguna manera. El interés de la revolución europea requiere aliarse para mantener las posiciones conquistadas y no capitular, tanto ante el enemigo externo como ante el interno. Si la república francesa se colocara al servicio de la Majestad de los Zares y del autócrata de los rusos, entonces los socialistas alemanes -muy a mi pesar- deberían combatir porque, de lo contrario, aquéllos los atacarían.


Frente al imperio alemán, la república francesa ‘puede’ quizá representar la república burguesa. Pero frente a la república de un Constant, de un Rouvier e incluso del mismo Clemenceau, especialmente frente a la república que está al servicio de los zares, el socialismo alemán representa en todo caso la revolución proletaria”.(66)

Hasta pocos años antes de su muerte, Engels esperaba que tanto Bernstein como Kautsky serían sus sucesores en lo que respecta a la interpretación de la doctrina marxista. Confiaba mucho en la formación de ambos, que se habían iniciado en el estudio de la obra de Marx como periodistas de dos diarios socialistas, Der Sozialdemokrat y Die Neue Zeit, respectivamente. Pero en los últimos tiempos su confianza había comenzado a ceder. Lo alarmaba cada vez más el “cómico respeto por los fabianos” demostrado por Bernstein, y ya se vio que parecido reparo le hacía a Kautsky. En 1895, Engels se disgustó profundamente con ambos al enterarse de que estaban planeando escribir una historia del socialismo sin haberle pedido la menor colaboración. En su última carta a Kautsky, escrita durante su enfermedad final, le reprochó amargamente por su proceder.(67)

Los últimos días de Engels incluyeron una escena por detrás patética, protagonizada por Eleanor Marx. Como es sabido, el papel que Engels desempeñó en vida de Marx fue, para la familia de éste y para él mismo, mucho más que el de un socio intelectual y político. Su incondicional amistad con el autor de El Capital lo llevó al extremo de asumir como propia la paternidad de Frederick Demuth, hijo natural de Helene (pariente pobre y al mismo tiempo ama de llaves y persona de confianza de Jenny Westphalen, la esposa de Marx).

Pero, ya muy enfermo y postrado por su enfermedad terminal, sintió necesidad de sincerar este capítulo de su vida confiándole a su amigo Samuel Moore que, en realidad, el padre de Frederick había sido el propio Marx. Eleanor fue notificada de esto y no quiso creerlo; acudió en persona ante el enfermo amigo de su padre, quien le confirmó el hecho. Una gobernanta de Eleanor, Louise Freyberger, escribió luego a Bebel que, después de esta escena, “Tussy se desmayó cuando salió de la habitación [...]. Ella lloró luego amargamente sobre mi hombro”.(68)

Engels murió pocos días después, el 5 de agosto de 1895, sin haber alcanzado a ver el comienzo del siglo siguiente, como había esperado, y después de haber promovido la causa del socialismo sin pausas ni respiros desde 1883, a partir de la muerte de Marx.
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NOTAS:

(1) Marx-Engels, “Manifiesto Comunista”. En Robert C. Tucker (comp.), The Marx-Engels Reader, Norton and Co., 1972, pp. 342-43.

(2) Véase Helga Grebing, Geschichte der deutschen Arbeiterbewebung, Deutschen Taschenbuch Verlag, München, 1970, p.44.

(3) Helga Grebing, op. cit., p. 62.

(4) Marx y Engels expresaron a menudo un profundo desprecio por la capacidad teórica y política de Lassalle. Éste, por su parte , logro ejercer una influencia importante en los medios obreros, aunque su muerte repentina en 1864 cortó una carrera política que había arrancado con gran ímpetu. La influencia de sus ideas persistió en Alemania durante mucho tiempo y, sin lugar a dudas, fue el ídolo de los obreros alemanes hasta su muerte (Helga Grebing, op. cit., p.67). Su influencia se reflejó todavía cuando los dos partidos obreristas-el lassalliano y el de Bebel y Liebknecht, seguidores de Marx- se unieron en 1875. El programa de acción que formularon, Programa de Gotha, incorporó gran cantidad de puntos de vista que provenían de Lassalle.

Sobre Lassalle, véase Thilo Ramm (Hrsg), F. Lassalle, Ausgewahlte Texte, K. F. Koehler Verlag, Stuttgart, 1962; Wolf Schafer (Hhsg), F. Lassalle, Arbeiterlesebuch und andere Studientexte, Rowohlt Taschenbuch Verlag, 1972. También es de sumo interés la obra de Edouard Bernstein, Ferdinand Lassalle, Greenwood Press, New York, 1969 (reimpresión). Escrita en 1893,cuando todavía Bernstein formaba parte de las huestes de la socialdemocracia-alemana, refleja el punto de vista oficial del marxismo de la época, cuyo jefe teórico era Engels.

Las ideas lassallianas, por otra parte, han penetrado profundamente en la concepción posterior acerca del "Estado benefactor". Su influencia sobre Bismarck fue importante y éste es actualmente considerado como el iniciador de esta concepción del Estado. Mas en general, las tendencias que proponen una creciente participación de los sindicatos en la posesión o administración de las instituciones productivas, financieras, sociales o habitacionales, tienen su base precursora en 1as ideas de Lassalle.

La mala opinión acerca de éste, sustentada por Marx y Engels, se reflejó constantemente en su correspondencia privada. Un ejemplo es el siguiente párrafo, tomado de una carta de Marx a Engels en 1862, donde los denuestos de Marx aparecen suscitados, además, por la poca disposición de Lassalle de prestarle dinero en ocasión de la visita que le hizo a Londres: "El negro judío Lassalle, que por suerte parte de viaje este fin de semana, ha perdido con alegría otra vez 5.000 táleros (1 tálero = 3 marcos) en una falsa especulación. El tío este prefiere tirar antes el dinero a la basura que prestárselo a un 'amigo', aunque éste le garantice el capital y los intereses. Ésto proviene de su punto de vista de que él debe vivir como barón judío o judío baronizado (probablemente a través de la condesa) [se refiere a la amiga de Lassalle, la condesa Sophie von Hatzfieldt] [...]. El tipo me costó tiempo y el muy bruto me insinuó que dado que yo no tenía 'ninguna ocupación', sino que sólo hacía 'trabajo teórico', podría de todas maneras matar el tiempo con él [...]. Durante el año en que no lo vi se ha vuelto completamente loco. La estadía en Zurich [...] y el posterior viaje a Italia [...] le han revuelto la cabeza totalmente. Se ha transformado ahora no sólo en el sabio más grande, investigador más genial, etcétera, sino además en un Don Juan y cardenal Richelieu [...]". Marx a Engels, Londres, 30/7/1862. En Marx-Engels, Werke, vol. 30, Dietz Verlag, Berlín, 1972,pp.257-58. Este mismo volumen, que incluye correspondencia de Engels y Marx entre sí y a terceros entre las años1860 a 1864, contiene innumerables referencias sobre Lassalle en tono semejante.

(5) W.O. Henderson, The life of Frindrich Engels, Frank Cass, Londres, 1976, vol. II, pp.458 y ss.

(6) Carta de Engels a Marx, Manchester,17/12/1852. En K.Marx-F.Engels, Werke, vol. 27, Dietz Verlag, Berlín, 1970, p. 155.

(7) W. O. Henderson, op. cit., p. 460.

(8) Marx a Engels, Londres, 21/9/1858. En Marx-Engels, Werke, vol. 29, op. cit., p. 356.

(9) Marx a Engels, Manchester, 7/10/1858. En Marx-Engels, Werke, op. cit., p. 358.

(10) Marx a Engels, Londres, 17/11/1862. En Marx-Engels, Werke, vol. 30, op. cit., p. 301.

(11) Engels a Marx, Manchester, 8/4/1863, op. cit., p. 338.

(12) Véase Henry Pelling, A History of British Trade Unionism, Penguin Books, 1963, pp. 59-62; Carl A. Landauer, European Socialism, University of California Press, Berkeley,1959, vol. l, pp. 114-15; Amaro Del Rosal, Los congresos internacionales en e1 sig1o XIX, Grijalbo, México,1958,p. 147.

(13) Marx a Joseph Weydemeyer en St. Louis, Londres, 29/11/1864. En Marx-Engels, Werke, vol. 31, Dietz Verlag, Berlin, 1965, p. 428.

(14)W.O.Henderson, op.cit.,p.505.Howell, otro de los dirigentes de las trade-unions, señaló que Gladstone podría haber firmado dichos documentos con plena conciencia. Véase Amaro Del Rosal, para el "Mensaje inaugural", op. cit., pp. 128-32 y para el Preámbulo y los estatutos, pp. 142-45.

(15) Marx a Engels en Manchester, Londres, 1/3/1865. En Marx-Engels, Werke, op. cit., pp. 110-11.

(16) Véase Amaro Del Rosal, op. cit.,p. 141.

(17) Id., ibíd.

(18) Véase Miklos Molnar, El declive de la Primera Internacional, Edicusa, Madrid, 1974, pp. 157-59.

(19) Véase Marx a Engels en Manchester, Londres,7/7/1866. En Marx-Engels, Werke, vol. 31, op. cit., p. 232.

(20) Íd., del 11/9/1867, op. cit., pp. 342-43.

(21) Op. cit., p. 430.

(22) Op. cit., p. 454.

(23) Véase Miklos Molnar, op. cit., p. 151.

(24) Marx-Engels, Werke, vol. 31, op. cit., p. 524.

(25) Marx a Engels en Manchester, Londres, 6/8/1870. En Marx-Engels, Werke, Band 33, Dietz Verlag, Berlin, 1966, p. 54.

(26) Engels a Carlos Cafiero, 28/7/1871. Íd., idíd., p. 670. Sobre la Renuncia de Lucraft y Odger, véase p. 753.

(27) Véase Miklos Molnan, op.cit.,p.154.

(28) Citado por Miklos Molnar, op. cit., p.160.

(29) Véase carta de Engels a Sorge, 21/8/1872. En Marx-Engels, Werke, op cit., Band 33, p. 523.

(30) Véase "Marx and Friedrich Bolte in New York", Londres, 12/2/1873. En Marx-Engels, Werke, op.cit., Band 33, p. 564.

(31) Véase B. C. Roberts, The Trade-Unions Congress, George Allen and Unwin, Londres, 1958, p. 80.

(32) Véase "Marx and Wilhelm Liebknecht in Leipzig (London), 11/2/1878". En Marx-Engels, Werke, Band 54, op. cit., p. 320.

(33) Véase "Engels and Wilhelm Liebknecht (London),10/1/1880". En ídem, p. 446.

(34) Véase Helga Grebing, op. cit., p. 65.

(35) Véase G. Landauer, op. cit., pp,132-133,

(36) Véase Engels (Brief an Bebel), Londres, 18/28 de marzo de 1875. En Marx-Engels, Werke, Band 19, Dietz Verlag, Berlín, 1972, pp. 3-9.

(37) Engels a Edward Bernstein (en Zürich), Londres, 17/6/1879. En Marx-Engels, Werke, Band 34, Dietz Verlag, Berlín, 1966, p.378. Para los antecedentes de la carta de Bernstein a Engels, véase p. 607 (nota 496) de la misma obra.

(38) Amaro Del Rosal, op. cit., pp. 323-334.

(39) Engels a Wilhelm Liebknecht (en Leipzig). Ramsgate, 31/7/1877. En Marx-Engels. Werke, Band 34, op. cit., p. 286.

(40) Beatrice Webb, My Apprenticeship, Cambridge University Press, 1979 (1ra.ed.,1926).

(41) Marx a Friedrich Adolph Sorge, Londres,15/12/1881. En Marx-Engels, Werke, Band 35,op.cit.,p.248. Marx morigeró un tanto su mala opinión sobre Hyndman, probablemente ante los esfuerzos de éste por congraciarse con aquél. En sus memorias Hyndman –hombre de gran fortuna- dijo que él le había ofrecido a Marx financiar sus actividades y que el odio permanente de Engels se debió al temor de éste de ser desplazado del rol que había desempeñado hasta entonces.

(42) Engels a Sorge, Londres, 7/3/1884. En Marx-Engels, Werke, Band 36, Dietz Verlag, Berlin,1979, p. 122.

(43) Véase W. O. Henderson, op. cit., p. 685. El final de las relaciones de Aveling con Eleanor Marx fue dramático. Vivió con ella durante 14 años, mantenidos ambos con las 9.000 libras que dejó Engels en herencia a Eleanor. Esta convivencia provocó mucho desagrado entre los partidarios del socialismo, debido a las connotaciones morales que tenía dentro del espíritu predominante de la época. En 1898, cuando murió su mujer, Aveling se casó con la actriz Eva Frye (mientras seguía viviendo con Eleanor Marx).En un acceso de depresión ante este hecho, Eleanor Marx se suicidó. La investigación judicial dejó en claro, además, que Aveling hizo lo posible para que Eleanor tomara esta determinación, aprovechando su carácter depresivo [Henderson, op, cit., p. 744, nota 190).

(44) F. Engels, “Un partido del obrero", Werke, Band 19, Dietz Verlag, Berlín, 1972, pp. 277-279.

(45) Véase G. D. H. Cole, British Working Class Po1itics, 1832-1914, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1956, p. 127.

(46) No hay que olvidar que Engels había participado en algunas acciones militares en Alemania en 1849, donde su desempeño, aparentemente, había sido distinguido. Engels se Consideraba un experto en materia militar y el mote que recibía entre sus amigos más íntimos era “Der General”.

(47) H. Pelling, op. cit., p. l00.

(48) Ídem, pp.102-103.

(49) Referencia a unos incidentes de1887 en Trafalgar Square, durante una manifestación convocada por los socialistas. Hyndman fue acusado de haberse comportado cobardemente. Véase Marx-Engels, Werke, Band 22, op. cit., p. 574, nota 96.

(50) F. Engels, “Der 4 Mai in London”, Arbeiter-Zeitung, Viena, 23/V/1890. En Marx-Éngels, Werke, Band 22, op. cit., pp. 60-65.

(51) “Engels a Natalie Liebknecht”, Londres 2/12/1891 En Marx-Engels, Werke Band 38, Dietz Verlag, Berlín,1968, p. 311.

(52) Edward R. Pease, The History of the Fabian Society (1916). Citado por Paul Adelman, The Rise of the Labour Party, 1880-1945, Longman, Londres, 1980, p. 8.

(53) Los argumentos de los fabianos no siempre muestran la misma coherencia teórica. Su visión sobre el desarrollo de las ideas económicas se puede apreciar en estos párrafos de Guía de la mujer inteligente para el conocimiento del socialismo y el capitalismo (Bernard Shaw, 1927), donde se percibe además la influencia implícita de las teorías de Malthus:

“La teoría del capitalismo no fue elaborada definitivamente hasta los comienzos del siglo XIX, por Ricardo, un bolsista judío. Como tenía la curiosa habilidad de decir lo contrario de lo que pretendía [...] su demostración fue parafraseada elegante y certeramente por un literato de primera categoría y apasionado al opio, Thomas de Quincey, que podía escribir de modo inteligente y fascinador acerca de cualquier cosa.

La teoría era que si la propiedad privada de la tierra y el capital y la santidad del contrato libre entre los individuos eran impuestos como principios constitucionales fundamentales, los propietarios proporcionarían trabajo al resto de la comunidad en condiciones que le permitiesen contar, cuando menos, con el simple sustento, a cambio de una labor productiva, mientras ellos se enriquecían de tal modo que la inversión de sus ingresos sobrantes en forma de capital no les costaría ninguna privación.

¡No se hizo el menor intento por disimular el hecho de que la discrepancia resultante entre la pobreza de las masas proletarias y la riqueza de los propietarios produciría un descontento popular o que, como los salarios bajaban y las rentas subían con el incremento de la población, el contraste entre la pobreza laboriosa y el lujo ocioso facilitaría tópicos a los agitadores radicales!” [Shaw opina que esta situación ha ido creando una opinión ética en contra del capitalismo. Sigue más abajo:] "Puede decirse que desde el momento en que el capitalismo se estableció como un sistema razonado que debía enseñarse en las universidades como la economía política tipo, empezó a perder su plausibilidad moral y, a pesar de sus deslumbrantes triunfos mecánicos y sus milagros financieros, pasó incesantemente de inspirar el pletórico optimismo de Macaulay y sus contemporáneos, a provocar un sentimiento cada vez más cercano a la aversión entre los más considerados de los mismos capitalistas.

Todas las revoluciones morales parejas tienen sus profetas y sus teóricos literarios, y entre ellos conquistó el primer puesto Carlos Marx en la segunda mitad del siglo XIX, con su historia del capital, abrumadora exposición de los horrores de la revolución industrial y de la condición a que ésta había reducido al proletariado. La contribución de Marx a la teoría del valor era un desatino que poco después fue corregido por Jevons; pero como la categoría de la ‘plusvalía’ de Marx -que significaba la renta, el interés y los beneficios- representaba hechos sólidos, su desatino no invalidaba en modo alguno su acusación contra el sistema capitalista [...].” (G. B. Shaw, op. cit., Aguilar, Madrid, 1927, pp. 536-.537.)

Estas posiciones habían sido desarrolladas en los “Fabian Essays”, publicados en 1889, y en la serie de “Fabian Tracts”, que se publicaron a partir de 1884.

G. B. Shaw había publicado estas mismas ideas, con mayor pulcritud, en “The Economic Basics of Socialism”, que formaba parte de los “Fabian Essays” (anotado luego como “Rent and Value”, Fabian Tract Nº 142, The Fabian Society, Londres, 1909). Sobre la ingerencia de la maquinaria en el desempleo y en la baja del salario, véase H. H. Schloesser y Clement Gane, “Machinery: its Masters and its Servants” The Fabian Society, Londres, julio de 1909 (Fabian Tract Nº 144). En este folleto se desconocen argumentos marginalistas. Shaw, en cambio, si bien se autodefine como marginalista, recurre a menudo a argumentos malthusianos.

(54) Engels a Kautsky, Ryde, 4/9/1892. En Marx-Engels, Werke, Band 38,op.cit., pp 446-447.

(55) Engels a Conrad Schmidt (en Zürich), Londres, 12/9/1892. En ídem, p. 458.

(56) Engels a F. Sorge, Londres, 11/2/1891. En ídem, p. 30.

(57) Engels se refiere a la huelga portuaria de 1889, que tuvo gran trascendencia. En los artículos para el Arbeiter-Zeitung que hemos transcripto expresó que esa huelga se había ganado gracias al apoyo de los obreros del gas.

(58) Engels a F. Sorge (en Mount Desert), Ryde, Wight lsland, 9/7/1891. En Marx-Engels, Werke, Band 38, op.cit., p. 143.

(59) Engels a Paul Lafargue, 3 de abril de 1895. Citado por Henderson, W. O., op.cit., pp. 667-668.

(60) Íd.,ibíd., p. 668.

(61) Engels, F., Der Sozialismus in Deutschland (1891/92), en Marx-Engels III, Studien-ausgabe, Geschichte und Politik, Fischer Bücherei, Frankfurt am Main, 1966, p. 31.

(62) Íd.,ibíd., pp. 31-32.

(63) Íd., ibíd., p. 31.

(64) Íd., ibíd., pp. 31-32.

(65) Íd., ibíd., pp. 33-34.

(66) Íd., ibíd , pp. 35-36.

(67) Henderson, W. O., op.cit., p. 731.

(68) Louise Freyberger a August Bebel, 2 y 4 de septiembre de 1898. Citado por Henderson, op.cit., p. 727.
 
*Oscar Cornblit